caperucitoferoz-2

divertimora con mentoleja

Caperucito vuelve a casa llevando en su cesta bocadillo de abuela

sin sospechar que detrás una sombra gris observa su cogote mientras vuela.

Él corre, canturrea y brinca

a la vez que esa pupila vacía se hinca

en el pozo profundo que hay en el centro de su cerebro

donde se amontonan los cadáveres y las espinas de enebro.

Cuando Caperucito come no es capaz de discernir

la espesura de una castaña del grumo de una cicatriz,

por eso, si de su cuna se levanta con hambre

llena su cesto de manzanas, pechugas de pollo o alambre.

Además de tener una pierna más larga que otra y faltarle un ojo

al nacer sus despistados padres lobo confundiéndole con un matojo

lo abandonaron plácida y profundamente dormido

en la puerta de entrada a la casa del olvido.

Se hizo desde entonces una imagen del mundo algo equivocada

masticando con glotonería cada forma de vida que en su mano se posaba

llegando incluso a casi morir una vez

que untó un kilo de cucarachas con su propia hez.

No ignoréis que la luz irradiada de sus botitas de charol rojas

corresponde a los océanos de sangre salpicados en las hojas

que se caen de los árboles más altos

cuando Caperucito ataca, dando saltos,

contra las imágenes y relaciones de espuma

que en este mundo de fantasía se materializan desde la bruma,

pues él es el carnicero de la alternativa desaprovechada

en este bosque habitado por los espectros del que no piensa en nada.

Decorado oscuro e invertido

de los que al otro lado no reconocen lo divertido

que hay en la humana y universal vocación

de mantener bullicioso el estado de la ficción.

Para aquellos que engullen sin dolo y satisfechos

los soles que en sus cabezas deberían ser techos

como portavoz de Caperucito quisiera pedir

que desabrochen el escudo de miseria y la anomia hagan salir

fuera de las posibilidades y argumentos

de los que puedan brotar nuevas ideas y alimentos.

Permitiendo que se cierre el ojo de mirada bovina

que persigue al que desestima el poder del puchero y la hemoglobina.

Dejemos pues de consumir bandejas plastificadas de Hacendado

sustituyéndolas por el fruto y el placer digestivo de un gran huerto cuidado.

Todos somos como Caperucito, un poco imaginarios y otro poco reales,

por eso los dos –él– os animamos a que tengáis voluntad de pensamientos cabales.

Y si vuestro deseo es cenar cordero este fin de año

por favor, nutrid las condiciones saludables de su carne sin prisa ni engaño.