El enterrador de astronautas pasaba pastillas en el barrio
los chavales le llamaban Brujo y las madres mercenario.
Era ravero, maleducado e hiperactivo
inocente, generoso; el típico perdido.
Su realidad siempre estaba al margen de la legalidad
también tenia tripis y polen de calidad.
Le gustaba mucho salir por los bares de moda
y con sus múltiples estupideces ponerte incómoda,
pero cuidado, como le cayeras bien o provocaras su atención,
se volvía loco por demostrarte admiración,
la verdad es que el género masculino
en su entera totalidad le importó un comino.
Mantuvo firme una obsesión infantil,
con una dama de blanco tener un matrimonio civil.
Por ella tuvo muchos líos y todas las enfermedades
la última con sus consecuencias retrovirales.
Me intrigaba su nulidad y atracción hacia menos infinito
así qué a media tarde me dejaba invitar a un vinito.
Su historia no era entonces como la de otro cualquiera
no se confunda, era raro, mantícora o quimera.
Tras varios pasados oscuros y desnutridos
aprendió tomando peyote la importancia de los genes adquiridos.
Inició una escala descendente
hacia Atapuerca desde el presente
llegó a la convicción de ser un mono
antes de célula sacarse un bono.
Sucumbió a la imagen de espiroquetas destinadas
a tener en su trazado el mapa de nuestras muertes y sus galaxias alcanzadas.
Creyó fundir el uno con el todo
cuando hasta las trancas se embadurnaba en el lodo.
Escuchaba siempre a Psychic tv y entraba en trance
haciendo absurdas asociaciones con todo lo que tenia a su alcance.
Debido a su última enfermedad vivía de una mala pensión
y cuando no estaba en la calle se volvía loco en su habitación,
se tumbaba para observar al techo apuntándole,
añorando a su abstracta dama de blanco mimándole.
Me fui de la ciudad cuando terminó el año escolar
lo deje enfadado y contento en una despedida bipolar
Pasaron los años y fui olvidando sus anécdotas,
extravagancias, tatuajes y la punta de metal de sus botas.
Pero os lo tengo que contar.
Después de una montaña con wifi escalar
esta tarde de sol y romería,
no sabia que aquí arriba por fin vería
paseando por una alfombra de sonrientes nubes
al enterrador y su dama de infinitas ubres,
a ella la he reconocido por ser solo blanco
y a él por su chistera y su pala de santo,
mi mano cometa le ha dicho hola y adiós
sabiendo que es feliz por trabajar en el cielo para algún dios.
Emocionada ante semejante visión
os la envío ahora mismo hasta el último fotón.