Durante más de cuarenta años el trabajo afilado y fascinante como el cuchillo de un ritual de Mariana Bracamović ha conseguido articular sin necesidad de palabras las más elevadas vibraciones místicas en la materia prima y obra que su propia existencia ES y REPRESENTA.
Su quirúrgico punto de vista en constante búsqueda de lo que la crítica especializada sigue considerando la definición ágrafa más lúcida del Espíritu humano, no ha dejado de sorprender e increpar al espectador con cada una de sus propuestas estéticas. En primer lugar por la procedencia extraterrícola de Bracamović. A pesar de su naturaleza visitante, esta impasible forastera ha sido capaz de mostrar con cada uno de sus proyectos lo que, acumulando siglos en un sentido nada hegeliano, viene siendo reivindicado como algo propio y privativo del mamífero político, positivamente masculino y occidental. Perpetua confrontación sobre un tipo de exclusividad energética que hallamos sintetizada en su famosa y bulímicamente citada triada del perdón: Silencio, Vacío, Nada.
Bracamović, desde que se materializo en territorio europeo a principios de los setenta del siglo pasado, no ha dejado de cuestionar los grandes sillares que se apilan en los muros protectores del Arte con mayúsculas. Desde el comienzo de su carrera todo su trabajo ha girado alrededor de la permanente pregunta: ¿hasta dónde puede llegar un cuerpo? Las diferentes respuestas dadas desde el laboratorio de trabajo y exhibición que su propio organismo protagoniza, siempre han sido un demoledor ataque a las fortalezas del saber discursivo-mentalista, académico y mundial.
¿Qué impresiones catastróficas puede generar a la frágil psique humana haber visto a esta diosa de la rareza simular los gestos del coito con un esqueleto durante años sin tomarse un respiro? La embriaguez del sufrimiento agónico-erótico en esta coreografía animal, sus polaridades en amasijo, no solo son una demostración de resistencia física sino la conversión de un gesto emotivo arcaico en fórmula iconográfica demencial. El doble baile de la vida y la muerte. Los genitales atendidos y señalados como verdaderos depósitos del Espíritu de la Serena Eternidad. Será con esta manifestación de poderío vital –Woman with a skull– cuando podamos hablar de un antes y un después en su producción.
No podemos saber si Bracamović es mortal. Desde la primera aparición en público su cara y su vestido no han cambiado. Esto es suficiente para obligarnos, quizá engañosamente, a considerarla individuo perteneciente a un linaje imperecedero. A pesar de su restringido campo de experimentación: la destructiva huella del tiempo, el sufrimiento, los límites del cuerpo… asistimos perplejos a la evidencia de que se suceden las décadas sin que se modifique la lozanía barnizada de su piel y vestido.
Por muchos dibujos con cuchilla que sangren en su vientre, siestas sobre bloques de hielo que soporte, semanas sin mover las piernas ni alimentarse, este bicho raro nunca ha pisado un hospital, firmado un contrato abusivo ni dirigido la palabra a nadie. Y no ha hecho falta que abra la boca y emita sonidos para aclarar que su Obra, construida con la materia y el tiempo de su Vida, es un hito indispensable en las reflexiones actuales sobre el arte en una sociedad sin artistas. Bracamović, de una manera incontestable, no ha necesitado nunca hablar para decir.
Ríos de tinta han inundado las páginas dedicadas a su insuperable y consensuadamente designada mejor pieza: enamor(N)ada. Partiendo desde el Mar Amarillo recorrió la mitad de la travesía de la Gran Muralla China; fotografió sus pies y al dorso de la imagen escribió una carta para un ella misma posterior. Aquella que hizo el recorrido opuesto, desde el desierto de Gobi durante otros seis meses y que fue la que lloró al leer la carta de si misma, pero de un si mismo desintegrado por el tiempo, un fantasma de lo que ya no es pero el mundo de las cosas permite que siga funcionando como signo. El impacto de la emoción del título de la obra es sin duda al final. Investida del camino que une los pasados, se funde y convierte en la piedra de ese mismo trayecto durante seis meses más. Rumorean las malas lenguas que a esta cronología del amor su agente le recomendó otro título para el catálogo oficial: La paradoja de la bestia que no quiere estar sola es que solo piensa en sí misma.
También dio mucho que publicar en los suplementos culturales el verano que la vimos sentarse en un banco de la Plaza Mayor de Cuenca. La artista esta presente fue una performance en la que cualquiera pudo interactuar con el cuerpo cataléptico de Bracamović. Miles de turistas visitaron ese año la ciudad para asomarse a los ojos metálicos del camaleón alienígena y hacerse la foto sentados frente a la contención simbólica de la entrega total, incluso Lady Gaga. Todo un triunfo del poder de convocatoria, pues una vez mirado el impenetrable ojo y hecha la foto poco más hay que hacer en Cuenca aparte de volver a mirar y posar de otro modo.
Su eviterno trabajo en solitario y su clara identificación con Santa Teresa de Jesús han hecho imposible la deseada labor de rastrear datos u objetos documentales sobre sus procesos creativos. Bracamović es un ser venido de más allá de la Vía Láctea con una única misión hierofánica: Recordarnos que a nivel interplanetario solo existe el aquí y el ahora y por tanto solo puede ser honesto un arte continuo hecho con el cuerpo y la vida de uno mismo.
Durante el tiempo de su estancia en nuestro país Bracamović oficiará una misa gestual cada viernes. Nos deleitará con la puesta en escena de la ópera muda Vida y Muerte de un antígeno, y replicará al tuntún, cuando y donde le dé la gana, las performances de artistas tan consolidados como ella misma, Joseph Beuys, Gina Pane, Bruce Nauman, Vito Acconci, Valie Export…
Nos gustaría asistir pero creemos, más sinceros que nunca, que nuestro gran homenaje y prueba de respeto por el trabajo de esta incuestionable maestra es quedarnos en casa, escuchando el Silencio, con la mente Vacía, dedicándonos a Nada. Desmayarnos en el profundo corazón del pensar hasta que regrese la primavera y sus trágicos impulsos corporales, para, una vez más, follarnos a la muerte y vivir la vida.
In memóriam.