A Chamuscaito, le olía la nuca a zapato frito.
Caminaba refunfuñando y a un montón de hormigas pisoteando.
Si veía en el suelo una bolsa de patatas abandonada,
se lanzaba para revolcarse y dejarla carbonizada.
Era raro, feo, incoherente,
le llamaban punki aunque solo era un palillo ardiente.
Reía cuando los coches atropellaban caramelos
y lo celebraba paseando por campos de pequeños grelos.
Solo era capaz de imaginar un enemigo real,
y cuando lo hacía le entraba la cagalera total.
La lluvia y su efecto purificador
acabaría violentamente con la existencia del diminuto torturador.
Era Chamuscaito solo un niño cerilla
que existía mientras su cabello fuese parrilla.
Cuando algún aluvión cayese sobre su cabezón,
este niño no seria cerilla, sino colilla.

Todos tenemos miedo, suponemos justificado,
hacia las cosas oscuras que nos podrían empujar al otro lado,
así que nos cubrimos con magia y tecnología;
Pero si a Chamuscaito solo un paraguas lo salvaría,
situado a la distancia adecuada, prendería.
Así qué Chamuscaito no lo pensaba mucho mientras improvisaba alguna maldad;
al mismo tiempo que las nubes del firmamento se amontonaban a gran velocidad.

Chamuscaito alza la mirada y se teme lo peor,
trata de esconderse en la basura mirando al cielo amenazador.
Pero tiene que salir corriendo por las nuevas llamas del contenedor.
Sigue a esconderse debajo de una falda,
pero la dueña siente el mordisco y salta.
Por poco se ha librado del pisotón,
cuando la primera gota aterriza en el melón
de un calvo bajito
que pone la voz en grito
-¡LLUEVE!!

Oh dios mio Chamuscaito,
date prisa o considérate muertito.
Si no hubieses nacido para molestar a la gente
ahora serias la lumbre de una cocina, tan secamente.
Pero quisiste proclamar tu fuego irreverente,
y con la que va a caer no tienes donde meterte
Quizá te recordemos con incordio o cariño,
pero desde luego con la amistad de un guiño

Hasta siempre niño cerilla