Érase un vez un gato
que deseaba tener plumas de gato
como no había ocasión de poderlas tener
en la espera le creció cola de pez.
Se dijo para sí después de mirarla un rato:
«Que putada, ahora ni pez ni gato,
la que se va a liar
los habrá que digan que esto es por vivir con ansia de mar.»
La metamorfosis le pilló en una casa
donde los niños lo metieron en un jarrón transparente con asa.
GatoPez se acostumbró enseguida a su posición
aprendió a sentar su cola como si el cristal fuese un sillón.
Escuchó una historia corta de retorcida moraleja
que dos adultos ofrecían con el mismo contenido intelectual de una buena colleja.
«No puede ser, no lo entiendo
estas palabras me distraen de un verdadero conocimiento,
me siento imposible, incoherencia, un sin cuento.
Míralos, ellos ahí tan alegres
y yo sufriendo por no morderme estos extraños pinreles.»
GatoPez desenfocó su mirada ensimismado
atravesó las paredes del salón, la fachada del edificio, el cielo nublado
recorrió kilómetros y planos de realidad con atención distraída,
mundos, burbujas, quarks en libre caída.
Avanzó o retrocedió en ese imparable movimiento
que lo trajo por azar hasta mi apartamento
yo no me di cuenta con rapidez
de que estaba leyendo con los ojos de GatoPez
con placidez, nitidez y fluidez
pero también con idiotez, inmadurez y ridiculez
lo que de otro modo no pudiese haber acogido
si este ser paradójico no hubiese aparecido.
Subrayé lo leído con azul fluorescente
para no olvidar coser este guardapijamas inocente:
«TODO NOMBRE QUE DESIGNA UN OBJETO PUEDE CONVERTIRSE A SU VEZ EN OBJETO DE UN NUEVO NOMBRE QUE DESIGNE SU SENTIDO.»
Esto no es fin sino principio…
…sucederá lo siguiente en otra galaxia o en este mismo municipio.