Nidos: lo más habitable
está tejido de andrajos
Jorge Reichman
Siempre he pensado que es muy puerco empezar un texto con una cita de otro, comparable a pedir prestados unos zapatos para ir a una rave, puede que este sea el motivo por el que se ajusta bien al espíritu de la basitruz comenzar de este modo. Repito
Nidos: lo más habitable
está tejido de andrajos
Soy como los que me rodean y al igual que vosotros tengo claro que vivimos en un mundo excesivo. Un lugar donde el modo más limpio de no contribuir a la saturación consiste en fluir con las cosas por los meandros de sus propias sustituciones. Nunca seré capaz de imponerme a ningún estado de cosas por muy perturbado que parezca el todo en general. Por eso, cada una de las situaciones de aprendizaje que he vivido hasta ahora están directamente ligadas con lo que sobra en un intento por no tener nada que ver con esta realidad en perpetuo desmadre. Quiero, por decirlo de un modo comprensible, ser pura de corazón.
Una vez –y solo una, decisiva además– soñé que me disponía a sentarme a la mesa de una muy nutritiva comida familiar. El mantel es de cuadros, el puchero humea y alguien ordena: Julia, sirve. En respuesta a semejante violencia apelativa sufro un ataque hipertímico emocionalmente interpretado como un exceso de alegría por demostrar mi posición en el mundo. Agarro el mantel por sus esquinas y lo lanzo al aire mientras grito: ¡No sirvo!
Qué gustazo ver volar el orden establecido justo antes de que suene el despertador.
A partir de aquí y dejando trabajar al tiempo sobre la existencia he llegado a zonas más sofisticadas para esclarecer mi manera de estar más allá de la parte literal. Por lo que a mi respecta siempre que puedo lo nuevo es acogido tras haber sido negado previamente con la beneficiosa calificación del NO SIRVE PARA NADA. En este punto se activan las tantasmil posibilidades de ser cualquier cosa en mi incansable postura de comemierda. Entendámonos desde el principio, de momento hay al menos dos tipos de comemierda en mi universo gramatical y yo pertenezco al segundo.
Al primero lo etiqueto como La Aspiradora. Suele ser una persona equipada con lo exquisitamente necesario para desarmar la vida de las pelusas de polvo y pelo que se manifiestan a nuestro alrededor. Sus ambiciones sociales de anfitriona de fiesta, empleada cabal, nuera sonriente, tía favorita, subordinada de confianza, estudiante aplicada, campeona de juegos de mesa, prudente conductora, cuidadora de plantas y animales domésticos le obliga a aspirar todas las mañanas con toda la capacidad de sus pulmones. Le gustaría hacerlo mejor, siempre se puede hacer mejor, ser como el bulldozer del que está calibradamente enamorada. La Aspiradora fantasea viéndose a tamaño industrial en una corporación japonesa devorando ciudades de polvo y pelusa cada jornada. Una máquina monstruosa de hacerlo bien en los términos operativos de eficacia que ha decidido ser y hasta las últimas consecuencias de lo que sea este hacerlo bien.
Bien. La Aspiradora tiene muchos problemas pero solo uno afecta directamente a nuestro tema y consiste en la necesidad de contar con alguien más diestro que ella misma para cambiar su repositorio de cuestiones no higiénicas hábilmente ingeridas. La Aspiradora ni es autónoma ni podría parpadear sin electricidad. No es tan limpia. Aspira sin espirar, forma parte del mismo tramo de lo real que la suciedad, es solo un vehículo para su mudanza. Traslada la porquería de X a Y.
Yo no sirvo.
Tlazoltéotl es una diosa huasteca generatriz a las que algunos hombres gordos con barba decidieron llamar La Comeinmundicia. Señora de los genitales y el aparato urinario tiene, entre muchos otros atributos, las siguientes capacidades: enloquecer a los humanos, permitir que se procreen, administrar enfermedades y curarlas en las zonas físicas que gobierna, limpiar los pecados de los moribundos tan solo escuchando el relato de su vida. Por esto último los sacerdotes que mataron hasta su última seguidora también se referían a ella como La Comepecados. Concebir y defecar, renovar y pudrir, una tipología de comemierda que sabe que hay un momento en el ciclo en el que se puede intervenir para que el resultado sea mejor que el material y la energía empleados. Una comemierda inventora fundando nuevos modos de engendrar. Una comemierda que entiende la responsabilidad que carga el verbo servir.
Tlazoltéotl es la señora del reciclaje cósmico. Limpia lo viejo y usado, desprende del cuerpo las rémoras y venenos, sopla el hilo y enciende la luz que pone en funcionamiento el milagro de la vida. Servir es un verbo sagrado, seria interesante –muy interesante– mapear su singladura teológico-política, saber desde dónde llega hasta nuestros días, que condiciones ideológicas han ido tallando su significado, cuando comienza a convertirse en botes de plástico, en refugios sociales donde controlar seres vivos, en instrucción militar o ropa de licra.
El telar extendido para ordenar mi pensamiento se alborota y nudea alrededor de la polisemia del término servicio, seguramente para un lingüista este barullo de hebras desconcertadas solo sea un seudoproblema pero a mí me resulta increíble que tengamos la misma etiqueta para referirnos a una prestación, un séquito, una gasolinera, una ceremonia, como por ejemplo una misa, y un váter.
Me pregunto en mi situación estructural postcapitalista ¿Cómo no voy a estar hecha un lío, cómo no voy a gritar ¡no sirvo!, cada vez que se presente la oportunidad?
Así pues, acepto el reto llenando con voluntad de resistencia mi espacio reflexivo y vital de palabras y materia sin valor con el único objetivo de escenografíar la inocencia. Si nacemos entre basura y tenemos fijado en nuestro código genético la facultad expansiva para crear mucha más hasta en los momentos en que no hacemos nada –cada acto remite a un desperdicio– entonces mi decisión ejecutiva escala sedimentos invertidos hacia el inframundo que hay bajo tierra donde las raíces alimentan a pesar de su engañosa no participación.
Digamos que estoy construyendo un universo propio con lo que se abandona o que un firme impulso bizarro y nervudo me hace ver dioses donde solo hay desperdicios.
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«Químicamente hablando, las mujeres más hermosas solo están compuestas de materia fecal quintaesenciada.»
«Cuando creéis besar una boquita de níveos dientes, besáis un molino de mierda; los manjares más delicados, los bizcochos, los pasteles, las tortas las perdices, los jamones, los faisanes, todo ello sirve solo para fabricar mierda mascada, etc.»
«No cagamos sino para comer, y si la carne hace la mierda, es cierto también que la mierda hace la carne, porque los cerdos de sabor más delicado son los que más mierda comen. ¿Es que en las mesas más finas no se sirve mierda guisada? ¿No se preparan con la mierda de becadas, agachadizas alondras y otras aves, mierda que se sirve entre platos para despertar el apetito? Las morcillas, embutidos y salchichas, ¿no son guisos en sacos de mierda? La tierra se volvería estéril si no se cagara, esa tierra que produce los manjares más necesarios y delicados a base de cagajones y mierda; dando por sentado que no cagará en campo ajeno quien puede cagar en el suyo. Las mujeres más bellas son las que cagan mejor, en tanto que las que no cagan se vuelven secas y delgadas, y por consiguiente feas. Los cutis más finos se mantienen tersos gracias a frecuentes lavativas. Es, pues, a la mierda a quien debemos la belleza.»
Le tutu. Moeurs fin de siècle. Princesa Safo
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¿Cuántas copias de la Biblia Catalana Interconfesional
Hay enterradas en el vertedero de Sao Paulo? Hay cuatro:
Una está un poco mordida, pero tres están en buen estado
¿Cuántos incunables, cuántos miles de amatistas?
¿Y cuántas copias gratuitas de evaluación de Windows Vista
En el vertedero de Sao Paulo? Cientos, al menos una
El vertedero de Sao Paulo no es una metáfora
Sino un vertedero que tienen en Sao Paulo
Según se ve, en Sao Paulo tiran las basuras
Y van a parar a un vertedero
¿Cuántos litros de plasma sanguíneo AB negativo? Muchos
¿Cuántas egagrópilas de búho?
¿Y cuántos millones de pesetas en monedas de 20 duros?
¿Cuántos filtros para el grifo de carbón activo hay
Cada uno en su funda, en el vertedero de Sao Paulo?
Sucios, pero funcionan
El vertedero de Sao Paulo no es una metáfora
Sino un vertedero que tienen en Sao Paulo
Según se ve, en Sao Paulo tiran las basuras
Y van a parar a un vertedero
¿Cuántas cepas de la gripe española o de carbunclo
Empapando fotos de Natalia de Operación Triunfo? ¿Cuántas?
El vertedero de Sao Paulo no es una metáfora
Sino un vertedero que tienen en Sao Paulo
Según se ve, en Sao Paulo tiran las basuras
Y van a parar a un vertedero
El vertedero de São Paulo. Astrud
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«Aseguraba Roth que, para escribir, lo que hay que hacer es coger basura, luego echar gasolina, luego más basura y luego darle fuego. Decía que si la basura es tuya, la hoguera prende bien y eso es el libro. Pero que tiene que ser basura propia.
Roth insistía en que el escritor debe ser honesto con su basura. Supongo que quería decir que el único método científico de hallar basura es buscarla dentro de uno mismo.
Esa es la basura de verdad y aquella que más tarde el buen lector reconocerá como basura auténtica, y logrará también hacer arder en la segunda fase de todo libro, la lectura.»
Diarios 1999-2003. Iñaki Uriarte
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«Lo bello se halla removiendo escombros.»
«Lo nuevo aumenta o disminuye lo viejo. Lo nuevo de por si no es nada.»
Voces abandonadas. Antonio Porchia
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«A nuestro alrededor, la erosión y los insectos se comen el mundo, sin importarles ni la gente ni la contaminación. Todo se degrada biológicamente sin necesidad de nuestra intervención.»
«Todos somos abono orgánico»
Invisible monsters. Chuck Palahniuk
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«Los escombros se convierten en nuevos elementos de un emblema propio, decididamente no-clásico, de una alegoría de la transitoriedad sobre la que la eternidad se posa.»
Principio de esperanza I. Ernst Bloch
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«Lapidarium es un lugar (plazoleta en una ciudad, atrio en un castillo, patio en un museo) donde se depositan piedras encontradas, restos de estatuas y fragmentos de edificaciones –aquí un trozo de lo había sido un torso o una mano, ahí un fragmento de cornisa o de columna–, en un palabra, cosas que forman parte de un todo inexistente (ya, todavía, nunca) y con los que no se sabe que hacer.
¿Quedarán tal vez como testimonio del tiempo pasado, como huellas de búsquedas e intentos humanos, como señales? O quizás en este mundo nuestro, tan enorme, tan inmenso y a la vez cada día más caótico y difícil de abarcar, de ordenar, todo tienda hacia un gran collage, hacia un conjunto deshilvanado de fragmentos, es decir, precisamente, hacia un Lapidarium.»
Lapidarium. Ryszard Kapuścińki
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«Los deshechos son algo religioso. Sepultamos los desechos contaminados con un sentido de temor y reverencia. Es preciso respetar lo que desechamos.»
«Todo mal olor tiene que ver con nosotros. Vamos abriéndonos camino por el mundo hasta que llegamos a una escena que parece extraída de un medievo moderno, una ciudad de rascacielos de basura, la peste infernal procedente de todos los objetos perecederos que jamás se han agrupado, y se nos antoja como algo que hubiéramos llevado a cuestas durante toda la vida.»
Underworld. Don DeLillo
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«Esta ciudad es un animal fiero y complejo, para entenderlo examino sus excrementos, sus aromas, los movimientos de sus parásitos.»
Watchmen. Alan Moore & Dave Gibbons
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«Crecer significa recoger basura.»
DO IT. Jerry Rubin
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Ética de la basura en Espectros. Manuel Vicens
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«Todo está descomponiéndose en este campo y en el otro. Todo está fermentando detrás de cada palabra. Somos bacteria, moho y pus, detrás de cada bella frase. Nuestro aliento es infeccioso incluso cuando hablamos de Dios porque lo invocamos para justificar el crimen. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer? Somos vicio, estragamiento, malignidad, veneno y carnuz. Cada uno vive mientras puede aguantar su propio veneno y el de los demás. Detrás de cada palabra un estercolero. Detrás de cada pudridero osamentas canceladas.»
El superviviento. Ramón J. Sender
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«Veruca Salt, the little brute,
Has just gone down the garbage chute,
(And as we very rightly thought
That in a case like this we ought
To see the thing completely through,
We’ve polished off her parents, too.)
Down goes Veruca! Down the drain!
And here, perhaps, we should explain
That she will meet, as she descends,
A rather different set of friends
To those that she has left behind–
These won’t be nearly so refined.
A fish head, for example, cut
This morning from a halibut.
‘Hello! Good morning! How d’you do?
How nice to meet you! How are you?’
And then a little further down
A mass of others gather round:
A bacon rind, some rancid lard,
A loaf of bread gone stale and hard,
A steak that nobody could chew,
An oyster from an oyster stew,
Some liverwurst so old and gray
One smelled it from a mile away,
A rotten nut, a reeky pear,
A thing the cat left on the stair,
And lots of other things as well,
Each with a rather horrid smell.
These are Veruca’s new found friends
That she will meet as she descends,
And this is the price she has to pay
For going so very far astray.
But now, my dears, we think you might
Be wondering–is it really right
That every single bit of blame
And all the scolding and the shame
Should fall upon Veruca Salt?
Is she the only one at fault?
For though she’s spoiled, and dreadfully so,
A girl can’t spoil herself, you know.
Who spoiled her, then? Ah, who indeed?
Who pandered to her every need?
Who turned her into such a brat?
Who are the culprits? Who did that?
Alas! You needen’t look so far
To find out who these sinners are.
They are (and this is very sad)
Her loving parents, MUM and DAD.
And that is why we’re glad they fell
Into the garbage chute as well.»
Charlie and the Chocolate Factory. Roald Dahl
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«La inminencia de la guerra civil española y el pesimismo de Miró se reflejan en las llamadas PINTURAS SALVAJES. El título de esta obra alude a un comentario de Rembradt, el cual refiriéndose a la pintura, aseguraba que era en un estercolero donde encontraba rubíes y esmeraldas.»
Cartela de Hombre y mujer frente a un montón de excrementos. Fundación Miró
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Low-lands. Thomas Pynchon (de principio a fin. Desperdicio sin desperdicio.)
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Todas las almas. Capítulo 8. Javier Marías
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«THE QUAY BROTHERS. STREET OF CROCODILES 1986.
Las animaciones de los hermanos Quay no ofrecen una perspectiva distinta, sino que crean otra totalmente nueva. Sus mundos son absolutamente únicos, y no tienen nada que ver con el nuestro. Los personajes suelen vivir en espacios secretos hechos de las cosas que nosotros deshechamos, o acontecimientos que parecen pasar a nuestras espaldas. El mundo que recrean resulta ideal para el stop motion. Está compuesto de objetos rotos, a menudo muñecos, texturas, y materiales muy reales imbuidos de intenciones; todos ellos, con el peculiar movimiento que crea nuestra técnica de animación. Objetos simples y cotidianos, como un peine, cobran gran trascendencia. Éste es uno de sus puntos fuertes: pueden convertir un simple tornillo clavándose en una tabla de madera en una escena de gran tensión y dramatismo. ¿Por qué semejantes objetos no podrían tener sus propias historias personales sueños y pesadillas?»
Stop Motion. Barry Purves
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«…qué vista…una ciudad adormilada, que solo piensa en sí misma, mientras la civilización de un planeta remoto se esfuerza por establecer contacto… ¡un encuentro que cambiaría el destino de la humanidad! No obstante, nos preocupamos de pequeñeces…¿no será que somos hormigas en un trozo de basura espacial llamado tierra?»
Vida en otro planeta. Will Eisner
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—¡Se acabó! —exclamó Pippi cerrando enérgicamente la puerta del horno tras meter la última bandeja.
—¿Qué podríamos hacer ahora? —preguntó Tommy.
—No sé lo que haréis vosotros —dijo Pippi, pero, en cuanto a mí, no voy a estar holgazaneando. Soy una encuentra cosas y, naturalmente, no tengo ni un minuto libre […]
—Pues una persona que encuentra cosas. ¿Qué, si no? —respondió Pippi mientras barría y amontonaba la harina esparcida por el suelo—. El mundo está lleno de cosas, y es realmente necesario que alguien las encuentre. Y eso es lo que hacen los encuentra cosas.
—¿Qué clase de cosas?
—Oh, de todo tipo: pepitas de oro, plumas de avestruz, ratones muertos, bombones, tuercas y cosas así.
—Bien visto, LA BASURA NO ES TODA BASURA.
Pippi Langstrumpf. Astrid Lindgren
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«Todas las casas albergan objetos inútiles. Guardamos zapatos, libros, figuras, camisas, cuadros, utensilios que carecen de utilidad y significado. Están muertos. Resisten en cajas parapetadas en el desván, en los estantes, en baúles, en pequeños cajones, en lo alto del armario, incluso a la vista, en la librería del salón, en la mesilla de noche, sobre la campana extractora. Forman parte de lo que se entiende, en un término amplio, por «mierda de una casa», pero a estas alturas ya sabemos que nada posee más relevancia que la mierda que escondemos en nuestro círculo íntimo. He ahí la figura del periodista. Es nuestra mierda, y la amamos. No podría ser de otra manera, porque se hace querer. Era algo inexplicable, oscuro, como tantas otras cosas próximas. Lo sabemos. Es más, no lo sabemos. Por eso nunca cuestionamos qué pinta debajo de la cama la caja de Juegos reunidos Geyper. Por qué aún guardamos el traje de boda. Qué razón hay para conservar el manual de la lavadora en el cajón de los trapos de cocina. No lo cuestionamos porque la basura forma parte de nuestra identidad, no estamos dispuestos a renunciar a ella sin más. Tengo la teoría de que no puedes escribir un libro honesto, auténtico, si no pones toda tu basura encima de la mesa. Tu mierda personal es tu carta de presentación. Tienes que respetarla. Todos estamos de mierda hasta arriba. Sin basura, no hay biografía. Está demostrado que necesitamos aferrarnos a la mierda, aunque sea por un pequeño hilo, para resistir una realidad en la que todo es novedad y cambio constante. La chatarra cobra más valor cuanta más presencia parece tener el lujo. La materia superflua pasa por ser, en realidad, primordial.»
«Tengo un gran respeto por el cubo de la basura, confieso. Habría que revisar nuestras convicciones hacia él, y hacia la basura en general. Vivimos muy equivocados con ella. Tomamos a menudo por mierda lo que no es. Y viceversa. Nos falta criterio para descartar los desperdicios correctamente. Hemingway, que al parecer los sabía todo sobre la basura, sostenía que nada convenía más en su profesión que un detector de bazofia. «El don más esencial para un buen escritor -sostenía- es tener un detector de mierda incorporado, a prueba de golpes. Ése es el radar de un escritor. Y todos los grandes escritores lo han tenido».»
El váter de Onetti. Juan Tallón
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A este rey de las manías
nuestros hombres raptarán:
limpiará las cañerías,
buscará sus guarrerías
escuchando: “¿Ves, patán?
Si arreglas tuberías
tú verías dónde están.
Es normal que no sonrías,
todas esas porquerías,
porque rías no se irán”.
Y es que aquí todos los días
reparamos averías
de los tubos de Su Alteza.
Y como es un chapucero
vamos, sí, a subir primero
¡Y arreglarle la cabeza!
Mil millones de tuberías, Diego Arboleda
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Ni Lola ni yo tenemos lo que se dice voluntad de limpieza, voluntad de Todo eso a la basura.
El malestar al alcance de todos, Mercedes Cebrián
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La ciudad como dolor de tripas. La pesadilla urbana como expresión de la vida ominosa y vil de los órganos internos. Los siniestros borborigmos del vientre. Por qué construimos las ciudades así. Por qué las queremos como son incluso cuando están sucias. Porque son sucias. Llenas de orines, de escupitajos. Sin sentido y funestas. Con eso podemos sintonizar. Ahí va un principio: el cuerpo siempre está enfermo. Incluso cuando se encuentra bien, o eso cree. Células que devoran células. Todo se reduce a digestión. O indigestión. Lo que en la ciudad llamamos corrupción. Devoradores que devoran lo devorado. Sobre todo en la tumultuosa oscuridad. Es una horrible lucha a muerte en la que todo el mundo pierde. ¿Cuántas trazadas a cuadrícula? La cuadrícula solo es un revestimiento. Como el papel milimetrado. La ciudad misma, por dentro, es toda bucles y curvas exasperantes. Desbordantes de violenta vacuidad. Con frecuencia has cavilado sobre eso, en especial después de cenar en el Star Diner. Reflexionabas aquella noche sobre eso cuando recobraste un remedo de conciencia. Reflexionar no es la palabra. Tu zarandea cerebro, con su caparazón aporreado, era incapaz de reflexionar. Parecía más un sueño sin imágenes sobre el dolor y la ciudad. Casi sin imágenes. Te pasaban a través de un viejo proyector de cine. Tus entrañas laberínticas llenas de crímenes estaban a la vista en alguna parte. Tus ruedas dentadas se bloqueaban en el engranaje, desgarrándose. Tus pensamientos se bloquearon en el mecanismo. Fundido en negro.
Latas de cerveza aplastadas. Un zapato viejo. Un tapacubos oxidado. Cajas con tablas rotas. Un trozo de cañería. Botellas de plástico abolladas. Basura en la orilla, acurrucándose entre las rocas. Números enteros. Que no suman nada. Sin embargo, sigues con la puta aritmética. Hecho una mierda, tambaleándote, te pusiste en pie. Me parece que voy a tener que cambiar de colchón, dijiste.
Es amiga tuya aunque ella no siempre se acuerde. Le traes objetos que le gusta coleccionar, como botones de abrigo, agitadores de cócteles, cordones de zapato, envoltorios de caramelos y viejas pelotas de tenis, y una vez te sacó de un apuro atacando al asesino que pretendía matarte, aunque quizá tuviste suerte por estar debajo. Hoy no tienes nada que darle salvo el linimento de Blanche o los cordones de tus zapatos, pero no es preciso, permanece oculta.
Rara vez matan a políticos corruptos y jefes de la mafia dejando su dignidad intacta. Michiko te habló una vez de un amante que, envenenado por un potente laxante en su wasabi, murió realmente cuando, presa de la desesperación, logró sentarse en la taza de un retrete cargado de explosivos. Tus clientes suelen preguntarte por las costumbres higiénicas de los investigados. El diagrama de la caca, como lo denomina Blanche, arrugando la nariz con desdén, aunque conoce y acepta la importancia de los hábitos y exudaciones corporales en la comisión y resolución de crímenes, y con frecuencia, a su remilgada manera, te ha instruido en sus aspectos más relevantes.
Noir, Robert Coover
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[…] Proyecto para un urbanismo realista: sustituir las escaleras de Piranesi por ascensores, transformar las tumbas en rascacielos, plantar plátanos a lo largo de las alcantarillas, convertir los cubos de basura en viveros, amontonar las chabolas y construir todas las ciudades en forma de museo; sacar partido de todo, o incluso de nada […]
[…] Aviso a los constructores de ruinas: los urbanistas serán sucedidos por los últimos trogloditas de las chabolas y los tugurios. Estos sí sabrán construir. Los privilegiados de las ciudades-dormitorio solo podrán destruir. Habrá que esperar mucho de un encuentro semejante: define la revolución.
Al devaluarse, lo sagrado se ha convertido en un misterio: el urbanismo es el último fracaso del Gran Arquitecto.
Tras el envanecimiento tecnológico se esconde una verdad revelada como indiscutible: hay que “habitar”. Sobre la naturaleza de semejante verdad, el mendigo sabe muy bien a qué atenerse. Sin duda sabe valorar mejor que nadie, entre los cubos de basura en los que le obliga a vivir la prohibición de alojarse, que construir su vida y construir su morada no se distinguen al nivel de la única verdad posible, la práctica […]
Comentarios contra el urbanismo, Raoul Vaneigem
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Los hombres están repletos de cosas que decir, ya te lo advertí […] Repletos como viejos colchones de paja. Repletos de cosas que decir y de cosas que no hay que decir. Tú recoges la oferta y rindes servicio a la humanidad. Eres el expurgardor. Pero, cuidado, hijo, es muy cansada. Si arañas el fondo, sacarás agua clara y sacarás mierda. Cuida tus cojones, no solo hay belleza en la cabeza del hombre.
Si supieses las cosas que leo… La mierda hay que dejar que se la lleve el río
Huye rápido, vete lejos (Pars vite et reviens tard); Fred Vargas
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Hemos aparcado en la esquina de una cala muy pequeña, con apenas arena, pero con sillones naturales de diseños imposibles en las rocas que dan al mar: peñascos adornados con residuos que ha ido dejando la gente, todo un biosistema compuesto de condones, tambores de Dixan, radiocasetes oxidados y bolsas de Doritos.
Hilo musical, Miqui Otero
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Enjambres de moscas y mosquitos a su alrededor. Quoyle vio una espiral de plástico azul. La recogió; luego, como a un metro de distancia, divisó un pañal sucio. Un palo plano con palabras estampadas: 5 PUNTOS PIRULETA PETE. Cuando encontró una arrugada bolsa de plástico, la llenó con los desperdicios. Botes de hojalata, tarritos de alimentos infantiles, una bandeja de carne de supermercado, un papel arrugado que atrajo al lector desocupado.
“… puede que usted no confíe del todo en que pueda completar con éxito total el programa entero del Negocio de la Moda. Bien, yo puedo hacerle una oferta especial que hará que le resulte más cómodo. ¿Por qué no prueba para empezar con la Primera Parte del curso? Eso no implica ningún compromiso por su parte y le dará oportunidad de…”
Una cuerda de plástico, el tubo de cartón de un rollo de papel higiénico, envoltorios de tampones de color rosa.
Abrió el picaporte y entró. Una mezcolanza de leña y basura. Apestaba. El perro gruñó. Lo vió en el rincón, cerca del fogón, un perro blanco con ojos sin brillo. Un montón de harapos se agitó en el otro rincón y el viejo se sentó.
Incluso a la débil luz, incluso en la ruina cadavérica de la edad, Quoyle notó un parecido. El pelo revoltoso de la tía; la boca sin labios de su padre; los ojos tan frecuentes en la familia, hundidos bajo unas cejas tan ásperas como la crin de un caballo; la postura de su hermano. Y una visión de su propia barbilla monstruosa, en este caso un saliente óseo un poco más pequeño asfixiado por unas cerdas blancas.
En el hombre situado ante él, en la cabaña, atestada de pobreza de otro siglo, Quoyle vio de dónde procedía él mismo. Pues el viejo estaba loco, con los engranajes de la mente desajustados desde ahcía tiempo y convertidos en unos discos con los dientes de los bordes rotos. Loco de soledad y desamor, o por alguna mezcla química genética, o por la inundación de traiciones que padecen todos los eremitas. Rollos de sedal en el suelo, el enredo pisado hasta formar detritos compactos con restos de astillas, arena, lluvia, humedad del mar, hilos de algodón, costillas de cordero roídas, agujas de piceas, escamas y espinas de pescado, vejigas reventadas, despojos de foca, cartílagos de calamar, cristales rotos, tela arrugada, pelos de perro, recortes de uñas, cortezas y sangre.
Atando cabos, Annie Proulx
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La otra foto, la que le hizo a Liese con Erika, la tenía pegada en un álbum. Esa era la copia que la señora Schneider había colocado en su espejo. Heinrich quiso suponer que la otra la había guardado en un lugar más discreto, más íntimo. No pudo sospechar a qué alto grado de intimidad había sido relegada aquella copia a color, en el fondo de una vieja caja de galletas, perdida entre un montón de retales, trozos de cordón, tapones de corcho, viejas facturas y otros objetos INSERVIBLES.
El festín de la muerte, Jesús Díez de Palma
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Los Ewell de Maycomb vivían detrás del vertedero de la ciudad, en lo que otrora había sido una cabaña de negros. Las paredes de tablas habían sido suplidas con planchas de hierro acanalado; el tejado, recubierto con botes de hojalata aplanados a martillazos; era cuadrada con cuatro pequeños cuartos que daban al vestíbulo alargado, y descansaba sobre cuatro elevaciones de piedra caliza. Las ventanas eran meros huecos en las paredes, y en verano las cubrían con grasientos trozos de tela, a fin de obstaculizar el paso a los bichos que se nutrían de los desechos de Maycomb.
Pero los bichos no disfrutaban de grandes banquetes, pues los Ewell hacían una incursión diaria por el vertedero. Los frutos de esas incursiones (los que no servían como comida) hacían que el terreno que rodeaba la cabaña pareciese la habitación de los juguetes de un niño desquiciado. La valla estaba hecha con trozos de ramas, escobas y mangos de aperos, todo coronado con herrumbrosas herramientas de labranza sujetadas con trozos de alambre de espino. Encerrado dentro de aquella barricada había un patio sucio que contenía los restos de un Ford Modelo-T (a trozos), un sillón deshechado de dentista, una nevera antigua, además de variopintos objetos menores: zapatos viejos, destrozadas radios, marcos de cuadro y jarros, entre los cuales unas gallinas flacas picoteaban confiadamente.
Sin embargo, un rincón de ese patio maravillaba a todo Maycomb. En fila, junto a la valla, había seis orinales desconchados que contenían unos geranios de color rojo vivo, cuidados con la misma ternura que si hubiesen pertenecido a la señorita Maudie Atkinson, suponiendo que ésta se hubiese dignado a admitir un geranio en sus dominios. La gente decía que pertenecían a Mayella Ewell.
Nadie sabía con seguridad cuántos niños había en la casa. Unos decían seis, otros nueve; cuando pasabas por allí, en las ventanas, siempre había varios pequeñajos de cara sucia. Pero nadie tenía ocasión de pasar, excepto en Navidad, cuando las iglesias repartían cestos de provisiones, y el alcalde nos rogaba que ayudásemos al barrendero yendo a arrojar al vertedero los árboles navideños y la basura de nuestras casas.
To kill a monckingbird, Harper Lee
Matar a un ruiseñor, Baldomero Porta
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Mi temperamento es así: por lo cual esos problemas se sostienen en mejor equilibrio, con la cabeza hacia abajo. Y si no puedo soportar la idea de un Cristo sacrificándose por la salvación ingrata de todas esas gentes atroces con quienes me codeo, encuentro cierta satisfacción e, incluso, una especie de serenidad, en imaginar a esa turba pudriéndose para producir un Cristo… Aunque preferiría otra cosa, porque toda la enseñanza de Aquél no ha servido más que para hundir a la humanidad un poco más hondamente en el lodo. La desgracia viene del egoísmo de los feroces. Una ferocidad abnegada: esto produciría grandes cosas. Protegiendo a los desdichados, a los débiles, a los raquíticos, a los heridos, equivocamos el camino; por eso aborrezco la religión que nos lo enseña. La gran paz que los propios filántropos pretenden extraer de la contemplación de la naturaleza, fauna y flora, se debe a que, en el estado salvaje, solo los seres robustos medran; todo lo demás, residuo, sirve de abono. Pero no se sabe ver esto; no quieren reconocerlo…
… Si llevamos adelante nuestra tarea, y puede usted contar conmigo para eso, no pido ni dos años para que un poeta de mañana se crea deshonrado si comprende lo que quiere decir. Sí, conde, ¿quiere usted apostar algo? Se considerarán antipoéticos, todo sentido y todo significado. Propongo que trabajemos con ayuda de lo ilógico. ¡Qué bello título para una revista es: “Los limpiadores”!
ANDRÉ GIDE, Los monederos falsos
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Quisiera narrar la decadencia de mi familia desde tiempos inmemoriales, pero ni siquiera puedo encontrar algo de épica en una inexistente y polvorienta rusticidad urbana. Mi madre me grita a través de la ventana, deja en paz esa carretilla, dale la vuelta antes de que llegue tu padre. En todos los universos tengo que palear (no sé si queda clara la analogía, pero hay que luchar contra el kippel), porque toda esa pequeña basura (pelusas y trozos de cable y tapones de corcho y tuercas y alfileres y cajas de cerillas casi vacías (todo ese símil de la entropía en forma de objetos inútiles)) se acumula sin cesar y no hay más remedio que barrer y palear aquí y en todos los aquí posibles que recorro sin detenerme.
JAVIER AVILÉS, “Parafamilia”, Mi madre es un pez
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Y entonces,
5,4,3,2,1…
¡DESPEGANDO!
¡Hacia arriba que
me fui… dejando atrás la basura
y el desorden de la granja
del señor García!
SEAN TAYLOR (traducido por MARC BARROBÉS I MEIX), ¡Despegando!
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Lo aprendemos primero pero casi todos lo olvidan: Aquí todo lo importante genera basura. La basura no descansa, incluso en la noche toma posiciones franqueando lo perdido el día anterior. Es provocada por la propia existencia, por nuestra vida. No solo los zapatos sucios, cada actividad genera una determinada cantidad de basura, cuyo almacenaje es incompatible con la vida, de no ser porque barremos, fregamos, reciclamos y canalizamos la basura de todos garantizándonos así la vida. De no ser porque mamá barría, fregaba, reciclaba y canalizaba la basura de todos garantizándonos así la vida.
Mamá con “m” de “más” es una razón para quedarme, pero es también una razón para irme. Hasta hace poco, mamá ha sido la “más” rápida y eficaz barriendo, fregando, reciclando y canalizando la basura de todos. Como quien intenta agotarlo por exceso, la limpieza de mamá tenía algo de duelo, de repetición rápida, de comer todo para terminar pronto, de comida totémica freudiana. Tan deprisa iba que en ocasiones le sobraba tiempo. En ese tiempo, casi siempre terminaba encontrando más cosas que hacer o yendo a la iglesia, pero de vez en cuando mamá acababa mirándose al espejo y allí quedaba paralizada. En su reflejo veía al “ángel de la casa”, y cuanto más tiempo tenía mamá para mirarse en el espejo, menos le gustaba su ángel de la casa.
El rostro del ángel era una versión satinada e ingenua del rostro de mamá: redondo, blanco, sonriente, seráfico, como un destino o como una versión filtrada por alguna religión del modelo a ser que a mamá le correspondía por su forma de vida. La cara sonrosada e inexpresiva del ángel, congelada en el rigor mortis de su cuerpo incorrupto, era como esas muñecas que regalan a las niñas para que aprendan a ser ángeles de la casa y que aterrorizan por su contención.
Les juro que en más de una ocasión logró mamá matar a su ángel, apuñalándolo, disparándole y pataleando con violencia su cuerpo de ángel de la casa. Sin embargo, como no tenía coche, ni sabía conducir, ni tenía certificados para lograr trabajo remunerado, ni era joven y era una mamá con “m”, y no se atrevía a confesar a nadie su asesinato, tuvo que vivir con el cadáver de su ángel dentro de la casa. Sí, tal vez debiera haberlo tratado como a los residuos y las manchas y, como tal, restregarlo con lejía, pero, querámoslo o no, el ángel era parte de ella y no se atrevía a mandarlo por las cañerías de los desechos. Solo esperaba paciente una descomposición natural, que nunca llegaba.
Cada día mamá escondía al ángel de la casa en un sitio distinto. Previamente le clavaba un cuchillo de cocina en el corazón para reiterar su falta de arrepentimiento y renovar su muerte simbólica. Lo llevaba de debajo de la cama a debajo de la mesa, de rincón a rincón, buscando el lugar definitivo que activara su descomposición. El resultado, como todos saben, es que vivir con el cadáver de un ángel de la casa es prácticamente igual que vivir con el ángel mismo de la casa.
De pequeña yo compartía con aquel ángel los mismos sitios y muebles en que esconderme. Cierto que mamá hizo esfuerzos para que el cadáver del ángel no molestara al resto de la familia, pero lo máximo que logró fue plegarlo para que no ocupara demasiado espacio y pudiera ser escondido en los huecos donde se meten las cosas que no te decides a tirar. Habitualmente los huecos donde él estaba eran los que a mí más me gustaban para fingir mis autosecuestros cuando era niña.
En lo que no se parecía a mamá, yo odiaba a ese muñeco semidivino que nunca se convertía en detritus y que siempre estaba allí donde un niño desea hacer su madriguera: debajo de la cama o en el hueco entre el armario y la pared. Estando el cadáver del ángel de la casa, no había lugar para la sombra del monstruo del saco, ni siquiera para la bruja o los fantasmas locales. EL lugar de todos ellos ya estaba ocupado por el ángel de la casa de mamá, que para colmo ni siquiera era inmaterial, sino matérico, inmutable e incorrupto, aniquilando cualquier posibilidad de inventar en una imagen sugerida, un monstruo distinto que diera miedo. Cuando se vive con el cadáver del ángel de la casa, ya no te da miedo nada. El ángel está ahí si quieres verlo, dando lástima y náusea, a partes iguales.
Grande fue el día en que mamá decidió no pasear más a su ángel de la casa y lo encerró en el arca del ajuar que , según un pacto implícito de los de Aquí, yo heredaré algún día. En ese arca reposan los manteles, las sábanas con iniciales, los tú-y-yo y las colchas bordadas por ella y que aspiraban a sentenciarme a mí como otro ángel de la casa. Desde el momento en que mamá cerró el arca con el ángel dentro, volví a tener los huecos solo para mí sola y mamá comenzó a tener horas y ganas para salir de casa. Durante varios años accedió al arca que fue relegada al cuarto de los trastos viejos, debatiéndose entre el ataúd y la caja de Pandora. Al poco de tomar la decisión de marcharme de Aquí, até varias piedras al arca y una noche logré arrastrala hasta las afueras y lanzarla al río. No sea que mamá venda la casa o nos la quiten los del banco, y a sus próximos habitantes les dé por mandarme el arca junto a las fotos del mueble bar, y en el trayecto descubran el contenido. Como el ángel es una especie de zombi, no tengo claro si pueden acusarnos de asesinato, pero estoy dispuesta a cargar con el muerto y asumir orgullosa mi delito si alguien en el futuro descubriera su cadáver.
(pág. 137-140) DESPACIO, REMEDIOS ZAFRA, Caballo de Troya 2012.
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O LIXO
Encontram-se na área de serviço. Cada um com seu pacote de lixo. É a primeira vez que se falam.
-Bom dia…
-Bom dia.
-A senhora é do 610
-E o senhor do 612
-É
-Eu ainda não o conhecia pessoalmente…
-Pois é…
-Desculpe a minha indiscrição, mas tenho visto o seu lixo…
-O meu quê?
-O seu lixo.
-Ah…
-Reparei que nunca é muito. Sua família deVe ser pequena…
-Na verdade sou só eu.
-Mmmm. Notei também que o senhor usa muito comida em lata.
-É que eu tenho que fazer minha própia comida. E como não sei cozinhar…
-Entendo.
-A senhora também…
-Me chame de você.
-Você também perdoe a minha indiscrição, mas tenho visto alguns restos de comida em seu lixo. Champignons, coisas assim…
-É que eu gosto muito de cozinhar. Fazer pratos diferentes. Mas, como moro sozinha, às vezes sobra…
-A senhora… Você não tem familía?
-Tenho, mas não aquí.
-No Espírito Santo.
-Como é que você sabe?
-Vejo uns envelopes no seu lixo. Do Espírito Santo.
-É. Mamãe escreve todas as semanas.
-Ela é professora?
-Isso é incrível! Como foi que você adivinhou?
-Pela letra no envelope. Achei que era letra de professora.
-O senhor não recebe muitas cartas. A julgar pelo seu lixo.
-Pois é…
-No outro dia tinha um envelope de telegrama amassado.
-É.
-Más notícias?
-Meu pai. Morreu.
-Sinto muito-
-Ele já estava bem velhido. Lá no Sul. Há tempos não noa víamos.
-Foi por isso que você recomeçou a fumar?
-Como é que você sabe?
-De um dia para o outro começaram a aparecer carteiras de cigarro amassadas no seu lixo.
-É verdade. Mas consegui parar outra vez.
-Eu, graças a Deus, nunca fumei.
-Eu sei. Mas tenho visto uns vidrinhos de comprimido no seu lixo…
-Tranquilizantes. Foi uma fase. Já passou.
-Você brigou como o namorado, certo?
-Isso você também descobriu no lixo?
-Primeiro o buquê de flores, como o cartãozinho, jogado fora. Depois, muito lenço de papel.
-É, chorei bastante, mas já passou.
-Mas hoje ainda tem uns lencinhos…
-É que eu estoy com um pouco de coriza.
-Ah.
-Vejo muito revista de palavras cruzadas no seu lixo.
-É. Sim. Bem. Eu fico muito em casa. Não saio muito. Sabe como é.
-Namorada?
-Não.
-Mas há uns dias tinha uma fotografia de mulher no seu lixo. Até bonitinha.
-Eu estava limpando umas gavetas. Coisa antiga.
-Você não rasgou a fotografia. Isso significa que, no fundo, você quer que eLa volte.
-Você já está analisando o meu lixo!
-Não posso negar que o seu lixo me interessou.
-Engraçado. Quando examinei o seu lixo, decidi que gostaria de conhecê-la. Acho que foi a poesia.
-Não! Você viu meus poemas?
-Vi e gostei muito.
-Mas são muitos ruins!
-Se você achasse eles ruins mesmo, teria rasgado. Eles só estavam dobrados.
-Se eu soubesse que você ia ler…
-Só não fiquei com eles porque, afinal, estaria roubando. Se bem que, não sei: o lixo da pessoa ainda é propiedade dela?
-Acho que não. Lixo é domínio público.
-Você tem razão. Através do lixo, o particular se torna público. O que sobra da nossa vida privada se integra como a sobra dos outros. O lixo é comunitário. É a nossa parte mais social. Será isso?
-Bom, aí você já está indo fundo demais no lixo. Acho que…
-Ontem, no seu lixo…
-O quê?
-Me enganei, ou eram cascas de camarão?
-Acertou. Comprei uns camarões graúdos e descasquei.
-Eu adoro camarão.
-Descasquei, mas ainda não comi. Quem sabe a gente pode…
-Jantar juntos?
-É.
-Não quero dar trabalho.
-Trabalho nenhum.
-Vai sujar a sua cozinha?
-Nada. Num instante se limpa tudo e põe os restos fora.
-No seu lixo ou no meu?
LUÍS FERNANDO VERÍSSIMO
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Detrás del monasterio, junto al camino, existe un cementerio de cosas gastadas, en donde yacen el hierro sarroso, pedazos de loza, tubos quebrados, alambres retorcidos, cajetillas de cigarrillos vacías, aserrín y zinc, plástico envejecido, llantas rotas esperando como nosotros la resurrección.
ERNESTO CARDENAL.
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Los escombros de toda aquella locura acumulada durante siglos crujían por toda la biblioteca, como se de alguna forma hubiera que llevar registro de la locura en el Viejo o en el Nuevo Mundo, al igual que mi propio armario, increíblemente abarrotado de miles de cartas, polvo, revistas, marcadores deportivos de la niñez. De esto me di cuenta al despertar de un sueño profundo la otra noche, chirriando solo de pensar que eso mismo hago yo durante las horas que paso despierto: cargarme de esa chatarra que ni yo ni nadie querrá ni recordará jamás en el Cielo.
JACK KEROUAC, DANIEL ORTIZ
SATORI IN PARIS, SATORI EN PARÍS
pág 35, ediciones escalera, 2011
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Cuando llegó a Atenas, vagabundeo por las calles, descansando con la espalda pegada a las murallas, entre los excrementos. Puso en práctica cuanto le aconsejara Diógenes. El tonel le pareció superfluo. En opinión de Crates, el hombre no era un escarabajo, ni un cangrejo ermitaño. Permaneció completamente desnudo en la basura, y recogió cortezas de pan, olivas podridas y espinas de pescado seco para llenar sus alforjas. Decía que aquellas alforjas eran una grandísima ciudad opulenta donde no había ni parásitos ni cortesanas, y que producía para su rey suficiente tomillo, ajo, higos y pan. De este modo Crates llevaba su patria a la espalda y de ella se alimentaba.
MARCEL SCHWOB, MAURO ARMIÑO
VIES IMAGINAIRES, VIDAS IMAGINARIAS
“Crates”
Valdemar, 1996, pág 35
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¿Por qué librarse de lo que se amontona, como en todas las casas, en el fondo de los cajones? Mirad a Manuel Bandeira: para que ella me encuentre con «la casa limpia, la mesa puesta, con cada cosa en su lugar». (…) Además, lo que obviamente no sirve siempre me ha interesado mucho. Me gusta de una manera cariñosa lo inacabado, lo mal hecho, aquello que torpemente intenta un pequeño vuelo y cae sin gracia en el suelo.
CLARICE LISPECTOR, La legión extranjera
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–¿Qué sucede? –le pregunté.
–¿No lo sabe? –sonrió–. Dentro de tres días es el Entrümpelung, la gran fiesta de la primavera.
–¿Y eso que significa?
–Es la fiesta de la limpieza. Todo lo que no sirve va a la basura. Lo arrojamos a la calle. Muebles, libros, papeles, cachivaches, loza, un montón así. Después vienen los furgones del ayuntamiento para llevárselo.
Siempre con su dulce sonrisa. Era amable e incluso atractiva, a pesar de las arrugas. Su sonrisa se acentuó:
–¿Se ha fijado en los viejos?–preguntó.
–¿En qué viejos?
–En todos. En estos días los viejos son extraordinariamente amables, pacientes y serviciales. ¿Y sabe por qué?
No contesté.
–El día de la Entrümelung–explicó– las familias tienen derecho, mejor dicho, el deber, de deshacerse de los pesos inútiles. Por esta razón los viejos son arrojados de las casas junto con la porquería y la chatarra.
La miré atónito.
–Perdone, señora… y usted… ¿usted no tiene miedo?
–¡Bribón!–exclamó riendo–. ¿Por qué debería tener miedo? ¿Miedo a qué? ¿Miedo a que me tiren a la basura? ¡Ésta sí que es buena!
[…]
En la noche del 14 al 15 de mayo hubo un enorme jaleo. Rugidos de camiones, ruidos de cosas al caer, sacudidas, chirridos. Por la mañana, cuando salí, era como si hubiera habido una batalla campal. Delante de cada casa, en la acera, amontonados en desorden, se podían ver toda clase de desechos: muebles desvencijados, termos de agua caliente herrumbrosos, estufas, percheros, viejos grabados, abrigos de piel rotos; todas nuestras miserias abandonadas en la orilla de la playa por la resaca de los días: la lámpara pasada de moda, los antiguos esquís, el jarrón mellado, la jaula vacía, los libros que nadie ha leído, la descolorida bandera nacional, los orinales, el saco de patatas podridas, el saco de serrín, el saco de poesía olvidada.
Me encontraba ante una montaña de armarios, sillas cómodas desfondadas, gruesas carpetas de expedientes, bicicletas de otros tiempos, andrajos indescriptibles, putrefacciones, gatos muertos, tazas de retrete destrozadas, residuos indescriptibles de largas y dolorosas cohabitaciones, trastos, ropa íntima, vergüenzas llegadas a la última fase del deterioro. Miré hacia arriba, había una gran casa popular e inmensa y sombría que impedía el paso de la luz, con cien mil ventanas opacas. Después me fijé en un saco que se movía solo, agitado por débiles contorsiones internas. De él salía una voz: «¡Oh! ¡Oh!», decía sumisa, ronca, resignada.
Miré a mi alrededor espantado.
A mi lado, una mujer con una gran bolsa de la compra llena de todo lo habido y por haber me dijo:
–¿De qué se asusta? Es simplemente uno de ellos. Ya era hora, ¿no?
Un chiquillo con un provocativo tupé se acercó al saco y le arreó una patada. Desde dentro le respondió un mugido cavernoso.
De una droguería salió una señora sonriente con un cubo lleno de agua y se acercó al saco, que gruñía quedamente.
–Lleva toda la mañana fastidiándome. Has disfrutado de la vida, ¿no? ¿Qué más quieres? ¡Toma esto!
Y volcó el cubo de agua sobre el hombre encerrado en el saco, un viejo cansado que ya no representaba un cociente normal de productividad, que ya no era capaz de correr, de molestar, de odiar, de hacer el amor. Por lo cual se lo habían quitado de encima. Dentro de poco llegarían los empleados municipales y lo tirarían a las cloacas.
“Viajes a los infiernos del siglo”, El Colombre
DINO BUZZATI
Mercedes Corral
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A pesar de su pinta de líder de comuna, se puso a trabajar con ahínco y, en el espacio de tres días, sacó de la casa de los Lisbon una montaña de deshechos. Mientras el señor y la señora Lisbon se alojaban en un motel, el señor Hedlie se enfrentó con la casa y se dedicó a eliminar esquíes, cajas de acuarelas, bolsas de ropa y un Hula Hoop. Sacó a rastras el baqueteado sofá marrón y lo cortó por la mitad al ver que no pasaba por la puerta. Llenó bolsas y más bolsas de basura con agarradores, talonarios viejos, montones de cachivaches acumulados, llaves inútiles. Lo vimos atacar las excrecencias que se habían ido formando en todas las habitaciones y recogerlas con la pala, y observamos que el tercer día se ponía una máscara de cirujano para protegerse del polvo. Ya no nos hablaba con oscuras frases griegas, ya no se interesaba por los partidos de béisbol que jugábamos en los solares, todas las mañanas comparecía con la desesperanzada expresión de quien aspira a secar un pantano con una esponja de cocina. Al levantar esteras y tirar toallas, liberada en oleadas el olor de la casa, y muchos pensaban que no se ponía la máscara de cirujano para protegerse del polvo sino de aquellas exhalaciones de las hermanas Lisbon, que seguían vivas en la ropa de cama y en las tapicerías, en el papel de las paredes que ya se estaba desprendiendo, en espacios de alfombra nueva flamante que habían estado debajo de tocadores y mesillas de noche. El primer día el señor Hedlie se limitó a la planta baja, pero el segundo ya se aventuró hasta el saqueado serrallo que eran los dormitorios de las chicas, vadeándolos con los tobillos hundidos en prendas de vestir que emitían la música de tiempos pasados. Al retirar una bufanda nepalí de detrás el cabecero de la cama de Cecilia, le sorprendió el tañido de unos cascabeles verdes oxidados que colgaban de los flecos. Al distenderse, los muelles de la cama proferían lamentos de dos notas. De las almohadas nevaba piel muerta.
Vació seis estantes del armario de arriba y tiró montones de toallas de baño y de paños de aseo, fundas deshilachadas de colchón con manchas de color rosa o limón, mantas empapadas de las comidas campestres que derramaban los sueños de las muchachas. En el estante superior encontró y tiró suministros médicos: una botella de agua caliente con la textura de la piel inflamada, un frasco de vidrio azul marino de Vicks VapoRub con marcas de dedos en la pomaa, una caja de zapatos llena de ungüentos para la tiña y la conjuntivitis, pomadas para las partes íntimas, tubos de aluminio abollados, aplastados o arrollados igual que serpentinas de fiesta. También aspirinas infantiles con sabor a naranja que las hermanas Lisbon tomaban como si fueran caramelos, un viejo termómetro (¡oral!) metido en su estuche de plástico negro, así como una variedad de artilugios, introducidos o aplicados a los cuerpos de las chicas; en resumen, todos los mejunjes terrenales que había empleado la señora Lisbon a lo largo de los años para mantener a sus hijas vivas y en buen estado.
Fue entonces cuando encontramos los albúmes de los Grand Rapids Gospelers, de Tyrone Little and the Believers y de todo los demás. Cada noche, cuando el señor Hedlie se marchaba cubierto por una película blanca que hacía que pareciese treinta años mayor, íbamos a revisar toda aquella mezcolanza de tesoros y basura que depositaba junto al bordillo. Nos sorprendía la extraordinaria libertad que le había concedido el señor Lisbon, puesto que ele señor Hedlie no solo se desembarazaba de envases reembolsables, como latas de betún para los zapatos (por los centros de plata) sino también de fotografías de familia, de un Water Pik que funcionaba y de una tira de papel de carnicero en la que había quedado consignado el crecimiento de cada una de las hermanas Lisbon a intervalos de un año. Lo último qu tiró el señor Hedlie fue el aparato de televisión vacío, que Jim Crotter se llevó a su dormitorio, y dentro del cual encontró la iguana disecada con la que Therese había aprendido biología. Tenía la cola arrancada y le faltaba la puerta trampilla del abdomen, por lo que quedaban a la vista los diferentes órganos de plástico numerados. Como es lógico, recogimos las fotografías de familia y, después de organizar una colección permanente en la casa del árbol, nos repartimos las restantes echándolas a suertes. La mayor parte de esas fotografías habían sido tomadas hacía muchos años, en una época que parecía más feliz, con interminables comidas campestres en familia. Una fotografía muestra a las hermanas Lisbon sentadas al estilo indio, equilibradas en la inclinación del prado (el fotógrafo había inclinado la cámara) por el contrapeso de un brasero japonés humeante situado hacia la mitad de la colina. (Lamentamos decir que esta fotografía, documento número cuarenta y siete, no fue encontrada últimamente en el sobre correspondiente.) Otra de las favoritas es la serie e instantáneas del tótem, tomadas en un parque de atracciones, y en al que el rostro de cada una de las chicas sustituía a un animal sagrado.
The Virgin Suicides, Jeffrey Eugenides
Las vírgenes suicidas, Roser Berdagué
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Hay que aclarar inmediatamente que la sociedad que se erige en contra de nosotros con su arrogancia sus exigencias no es nuestro mundo, sino tan solo su material. La sociedad –toda sociedad, dejémoslo claro– es respecto de mí un conjunto de funciones tanto mías como de los demás, de tal manera, sin embargo, que las mías me resultan tan extrañas como las de mi prójimo. Puedo recoger fragmentos de este material y transformarlo en parte de mi persona. Puedo rechazar otros materiales, aunque me acosen brutalmente. Cuenta solo lo que he podido asimilar, el resto es mero desecho.
Hand an sich legen: Diskurs ǘber den Freitod, Jean Améry
Levantar la mano sobre uno mismo. Discurso sobre la muerte voluntaria, Marisa Siguan Boehmer & Eduardo Aznar Anglés
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El solar estaba abierto desde el día en que el maestro se instaló en la casa. Los alumnos de la escuela entraban y salían por allí sin ningún disimulo, igual que hacía Kuro, el gato del carretero. Era su lugar de descanso, de reunión, de charla. Incluso acostumbraban a tirarse en la hierba fresca y hacer sus buenos picnics. Como el lugar tenía toda la pinta de ser tierra de nadie, hacían en él lo que les venia en gana: arrojaban basura, tiraban allí los desperdicios de sus comilonas, abandonaban sus zapatillas viejas, enterraban sus sandalias de madera… Todo lo que era considerado viejo o inútil iba a parar a aquel solar.
Wagahai wa neko de aru, Natsume Sõseki
Soy un gato, Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
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Para Francie el sábado empezaba con una visita al almacén del trapero. Ella y su hermano Neeley, como muchos chicos de Brooklyn, juntaban papeles plateados, gomas, trapos y otros desechos. Los atesoraban en cubos, y los guardaban bajo cerrojo en el sótano, o los escondían en cajas debajo de la cama. Durante toda la semana Francie volvía de la escuela con los ojos fijos en las alcantarillas, buscando paquetes de cigarrillos vacíos o envoltorios de chicle; después los fundían en la tapa de un tarro. El trapero se negaba a recibir el papel plateado si venía enrollado, sin fundir, puesto que dentro de los rollos muchos chicos ponían arandelas de hierro para aumentar su peso. A veces Neeley encontraba un sifón; Francie le ayudaba a romper el cuello y luego a fundir el metal; el trapero no lo compraba sin fundir porque podría tener problemas con el fabricante de soda. La parte superior de un sifón era un verdadero hallazgo; fundida, se vendía por un níquel.
Francie y Neeley bajaban al sótano todas las tardes para vaciar los desperdicios que durante el día se habían acumulado en los cubos. Gozaban de ese privilegio porque su madre era la portera de la escalera. Allí amontonaban hojas de papel, trapos, botellas vacías. El papel no se pagaba bien; por cuatro kilos y medio les daban solo un centavo. El cobre valía mucho, diez centavos la libra. De vez en cuando Francie tenía más suerte: ¡encontraba el fondo de un barreño! Tenían que separarlo con abrelatas, luego doblarlo, machacarlo, doblarlo de nuevo y volverlo a machacar.
Los sábados por la mañana, apenas daban las nueve, iban asomando montones de chiquillos de las calles laterales adyacentes a Manhattan Avenue, la arteria principal, de camino hacia Scholes Street. Algunos de ellos llevaban sus trastos debajo del brazo, otros en cajones de jabón convertidos en carretillas con sólidas ruedas de madera; los menos, los embutían en cochecitos de bebé, repletos hasta los topes.
Francie y Neeley colocaban sus mercancías en un saco de arpilleria y cada uno lo cogía por un extremo. Lo llevaban a rastras por Manhattan Avenue, cruzando Maujer, Ten Eyck y Stagg hasta Scholes Street. Nombres hermosos para calles feas. De cada esquina emergían niños desharrapados para engrosar la marea de la calle principal. De camino al almacén de Carney encontraban otros chicos que volvían con las manos vacías; habían vendido sus trastos e iban ya a gastar sus monedas; se burlaban de ellos gritándoles: «¡Traperos! ¡Traperos!».
A TREE GROWS IN BROOKLYN, Betty Smith
UN ÁRBOL CRECE EN BROOKLYN, Rojas Clavello
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Las paredes estaban cubiertas con con pedazos de papel rotos –en su mayoría sobres viejos– dibujados. En una pared había un tablero de correos con apartados postales, y en cada apartado un número y puertas con llaves para que la gente pudiera coger su correo. Al abrir uno de los apartados vi una cabeza de muñeca. Abrí otro y vi un casquillo de bala. Abrí otro y vi un viejo reloj. En cada apartado postal había un tesoro. Luego, Dave el Maldito me enseñó un mapa de Excellent y Gold Bar. Señaló un número escrito en el mapa –102– y después señaló el apartado de correos número 102. Había encontrado la cabeza de muñeca en ese lugar, dejando constancia de ello. El lugar exacto. El mapa estaba recubierto de números. […]
Había muchos más dibujos y yo tenía ganas de mirarlos, pero no lo hice; esto es, no ese día, porque Dave el Maldito, viendo cuánto me gustaban los dibujos, me volvió a coger de las manos y me llevó hasta una puerta que había junto al pesebre. Abrió la puerta y lo seguí adentro.
Me quedé de pie en la oscuridad mientras él encendía la lámpara. Cuando pude ver, lo que vi fue una habitación, un cobertizo adosado a la parte trasera del establo en el que no me había fijado en todo el tiempo que llevaba en Excellent, Idaho. Las paredes estaban cubiertas con más paneles de apartados de correos, y cada apartado contenía un tesoro: nueces, cerrojos y pedazos de cristal, fotografías, trozos de tela, un viejo tenedor, un frasco vacío de morfina, piedras, pomos, pepitas de oro, bisagras, clavos, un rollo de cordel.
THE MAN WHO FELL IN LOVE WITH THE MOON, TOM SPANBAUER
EL HOMBRE QUE SE ENAMORÓ DE LA LUNA, CLAUDIO LÓPEZ DE LAMADRID
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Aunque en La Bordeta no me miraban apenas, en buena medida porque las compuertas se me estaban abriendo pero sobre todo porque allí las vecinas también salen a la calle en camisón, cogí un pantalón que encontré en lo alto de un contenedor de basura. Estaba bien, ni cagado ni sangrado ni nada, de algodón fino, y era ancho, fresco y ligero, sin bolsillos ni botones y con algunos lamparoncillos de lejía, razón por la que lo habrían desechado. Este dejar la ropa, los muebles, los libros y la comida en buen estado encima o al lado del contenedor, y no dentro, es algo muy frecuente que yo no he visto en ningún lugar del mundo como en Barcelona. Es, de hecho, generosidad, una generosidad anónima, incondicional, fácil y muda, sin intermediarios ni burocracia, cosas todas ellas que la distinguen de la caridad, del oenegeísmo y del pensionismo de Estado.
Era de noche y no refrescaba porque La Bordeta no es La Barceloneta, porque donde La Barceloneta tiene el Mediterráneo contaminado La Bordeta tiene la Gran Vía contaminada. Siempre lavo la ropa de la basura antes de ponérmela, por bueno que sea su estado, pero estaba pasando tanto calor con el camisón sintético que seguí rebuscando algo más para cambiarme en el gurruño dejado por algún generoso. Extraje una camiseta de tirantes con el estampado cuarteadísimo de un gatito cursi, motivo este (el del cuarteamiento, no el de la cursilería) por el que la habrían desechado. El generoso de ese gurruño de ropa empezó a caerme mal, porque era evidente que esa camiseta del gato no estaba bien y sin embargo el generoso la creía digna de quien toma de la basura lo que no puede, o no quiere, comprarse en una tienda. Si de verdad fuera generoso debería haber intentado quitarle lo que quedaba de gatito cursi antes de ofrecerla públicamente. Si no, que la huebiera metido dentro del contenedor, donde le correspondía estar en tanto que mierda de camiseta, o que se la hubiera quedado dejándola como trapo para el polvo. Pero ni lo uno ni lo otro: este, de generoso, no tenía nada. Este no integraba la red de suministro de las superficies de los contenedores. Este había salido a tirar su basura separada para el reciclaje, entre ella la ropa, para la que también existe un contenedor especial, el único junto con el de vidrio del que no se puede sacar nada de lo que entra. Y viendo el falso generoso que no había contenedor de ropa en las inmediaciones, después de haberse molestado en buscarlo calle arriba y calle abajo, decició vaciar el contenido (porque la bolsa se la lleva de vuelta a casa para reutilizarla, que para eso ha pagado dos euros por ella) encima de un contenedor, tal y como ha visto y censurado tantas veces en silencio por o que afea la basura al aire libre, pero con tal de no tirar la ropa en un contenedor equivocado.
Este no había cogido en su vida nada de la basura, ni ropa, ni comida, ni libros, ni muebles, si no, sabría que las cosas se dejan ahí cuando están minimamente decentes, a falta en todo caso de un pequeño arreglo o de quitar las partes demasiado maduras, nada más que por respeto a quien hace ruta de contenedor en contenedor buscando sustento, respeto que merece no por ser un desfavorecido (cosa que diría un alma caritativa), ni por ser víctima del capitalismo salvaje (cosa que diría un oenegeísta), ni por ser un ciudadano igual a todos en derechos y obligaciones (cosa que diría la Consejería de Familia y Bienestar Social). La razón por la que el contenedero, al igual que el hurtador y el ido del bar sin pagar, merecen respeto y admiración y deben ser modelos a seguir, es por no ser cómplices del sostenimiento de las lacras de esta ciudad que son las puñeteras tiendas y los puñeteros bares.
Total: que tiré a la basura esa camiseta de mierda, me metí los pantalones debajo del camisón, el camisón me lo quité y me quedé en sujetador, más fresquita imposible, más mirada tampoco, y me fui al ateneo anarquista adonde la PAH derivó a Marga para que la ayudaran a okupar, a ver si hacían algo esa noche y se me quitaba el mal sabor de boca que me habían dejado las bailarinas de la Barceloneta, a ver si había fiesta o charla o posibilidad de no expresar ni escuchar opiniones personales sino puras y simples verdades sobre las cosas.
–La charcha más tocha es la del Entrebancs, que nos juntamos como quince personas con carros de supermercado y vamos por una docena de tiendas y de contenedores a la hora del cierre de los comercios. Sacamos de todo, carne, fruta, pan, dulces…, ¡hasta pizzas! Desperdician tantísimo pan y tantísimos dulces que llenamos dos carros enteros. Después de raprtir entre nosotros todavía sobre y lo tenemos que dejar en el banco de un parque, que coja quien quiera.
Me está hablando de comida ymás hambre me entra. Voy a la blanca y rota cocina y curioseo. Encuentro las bolsas repeletas de pan y dulces. Las baguettes están duras, pero las hogazas y los panes de cereales duran más y están tiernos. Cojo uno negro, pequeño pero denso y pesado como un adoquín, ensartado de pipas, de semillas de sésamo, de nueces… Uno de esos que en la panadería te cuesta cuatro euros. Marga, la tía, lo consigue gratis.
–¿Tú te has metido en algún contenedor? –le pregunto buscando un cuchillo con que cortarlo. Los pocos enseres de cocina que hay están ordenados y limpios sobre una mellada encimera de mármol, tan sobada que parece de marfil. Encuentro uno de punta redonda con apenas unos dientecillos de sierra. Marga me ve con él y, sin levantarse de su trono rojo de Estrella Damm, me tiende el afilado con el que estaba limpiando el suelo y me responde:
–En los contenedores que son exclusivamente para los comercios, esos que tienen su nombre escrito, no hay que meterse porque son más pequeños. De esos directamente sacamos las bolsas y las abrimos en el suelo. En los que hay que meterse es en los grandes, en los que todo el mundo tira la basura, porque hay tiendas que no tienen contenedores propios. Me he metido como todo el mundo.
–¿Y es muy asqueroso? –le digo ofreciéndole una rebanada que ella mira del derehco y del revés, o sea que la primera vez que le toca el pan adoquín en el reparto.
–No más asqueroso que tener que hacer cola para pagar en un supermercado.
CRISTINA MORALES
LECTURA FÁCIL
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… El Sena ha matado sus peces y se americaniza entre una fila doble de volquetes-tractores-remolcadores que forman al ras de las riberas una terrible dentadura postiza de basuras y chatarras. Tres corredores de terrenos acaban de ir a la cárcel. Nos vamos organizando.
VIAJE AL FONDO DE LA NOCHE
LOUIS FERDINAND CÉLINE
CARLOS MANZANO
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Un sonoro CROC, un salto, un golpecito
contra el suelo, unos pasos de baile, a modo
de distracción, un GRAZNIDO, un giro y hacia
arriba, como un disco que ha dejado de girar
pero que no llega a verse liberado, que es llevado hacia abajo con inercia atómica y explosiva,
el pico lanzado con la intensidad de un martillo
contra el cráneo del demonio, que se agrieta
y arroja un chorro de algo y se resquebraja
hacia dentro, el pico atraviesa hueso, cerebro,
fluidos y membranas, se abre paso a través
de la columna rezumante, del chasquido de
las vértebras, del crujido de las vértebras,
de las vértebras picoteadas y escupidas y uno dos
tres cuatro cinco, sigue descendiendo como una
piraña, seccionando, cortando, desmantelando
la materia de que está hecho el demonio,
chapoteando en sangre y médula y mierda y
orines, desenredando sus intestinos, haciendo
que nervios y ligamentos se conviertan en
un plato de espagueti, en una guedeja de lana
martilleada jubilosamente, desgarrando,
arrancando, despedazando, sorbiendo,
eructando, disfrutando con total honestidad
de ese trayecto de dolor, de dolor que duele,
para Cuervo aquello era como un seductor cubo
de basura lleno de envoltorios y helado y
restos de salchicha al curri y crías de petirrojo
y todas las porquerías imaginables, resultaba
tonificante como el sonido de los alisios en
el brezal, como un olmo hecho castillo inflable
al viento, como los viejos placeres familiares
de las especies más ocultas. Y Cuervo permanece
exaltado sobre un charco de inmundicia, barre
pacientemente con las garras los restos
del demonio, los tira por el agujero de una
alcantarilla.
GRIEF IS THE THING WITH FEATHERS
MAX PORTER
EL DUELO ES ESA COSA CON ALAS
MILO KRMPOTIC
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Cloacas del alma.–El alma debe disponer también de cloacas donde verter sus basuras. Para este fin, pueden servir muchas cosas; personas, relaciones, clases sociales, tal vez la patria e incluso el mundo, y, por último, para los más orgullosos (es decir, para nuestros buenos «pesimistas» modernos), el buen Dios.
178
Accesorios de toda veneración.–En todos aquellos lugares donde se presta veneración al pasado, debe prohibirse la entrada a los escrupulosos que quieren verlo todo limpio. La piedad no se siente a sus anchas sin un poco de polvo, de basura y de cieno.
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En el terreno de la vergüenza.–Quien quiere desarraigar una idea de la conciencia de los hombres, por lo general no se contenta con refutarla y arrancarle el gusanillo del ilogismo que la roe; al contrario, después de haber matado al gusano, coge el fruto entero y lo echa a la basura para envilecerlo a los ojos de los hombres y hacer que les inspire asco. De este modo cree haber descubierto el medio de hacer imposible esa «resurrección al tercer día» a la que con frecuencia están expuestas las ideas que se refutan. Pero se equivoca, porque precisamente en la basura, es decir, en el terreno de la vergüenza, entre las inmundicias, donde fructifican y echan nuevas raíces las ideas. Por consiguiente, no hemos de menospreciar ni de envilecer lo que tratamos de abolir definitivamente, sino, por el contrario, ponerlo respetuosamente entre hielo y renovar ese hielo constantemente, porque las ideas tienen una vida muy resistente. En este caso hay que obrar con la máxima que dice: «Una refutación no es una refutación».
EL CAMINANTE Y SU SOMBRA
FRIEDRICH NIETZSCHE
LUIS DÍAZ MARÍN
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Los vientos se sumaron a la amenaza de lluvia. Rodeé la catedral por completo y exploré las hornacinas que estaban restaurando. Me vino a la cabeza una artista que crea máscaras con fragmentos de metal que va encontrando, y allí, a mis pies, hallé un trozo de rollo de metal que me pareció perfecto para ese fin. Al cabo de un momento visualicé unos clavos, como los que habría usado un carpintero de otra época, y ante mí apareció un clavo antiguo. Recordé los desperdicios de las celebraciones en Chinatown y me topé con árboles escarpados de los que colgaban serpentinas descoloridas. Al pasar por delante de una pila inaccesible de ladrillos rojos, me habría encantado tener una tiza con la que escribir, y al doblar la esquina, allí me esperaba la tiza, junto con una piedra pulida como una tablilla, que pareció materializarse en cuanto pensé en ella. El cielo se oscureció, y mientras los altos vientos creaban remolinos, apreté el paso con un arrebato de euforia, porque llevaba los bolsillos llenos de tesoros.
Más tarde, desafiando la lluvia torrencial, me reuní con el simpático personal del museo y tuve libertad para observar de cerca la obra de Jan van Eyck y los delicados ejemplos de su poderosa influencia en artistas posteriores. Me quedé un momento ante el panel del arcángel Gabriel, con las alas del color de un higo cortado, enfrente del panel de la Virgen María, con los pliegues de la túnica bañados en luz. Incliné la cabeza y recé por mi hermana. Era el 16 de febrero, el día de su cumpleaños, y me había vuelto a reunir con el panel que había inspirado nuestra aventura clandestina más de una década antes, donde había podido hacer esa Polaroid un poco desenfocada que tanto aprecié siempre.
Y las piezas cayeron a mi alrededor como la nieve, formando un cuadro de invierno. Un lapso de tiempo en el que me vi recompensada con tantos momentos místicos, un pedazo de tiza roja, una castaña, un trozo de metal oxidado, un clavo y una piedra plana que tenía la misma forma que una tablilla antigua. Pese a que no decían gran cosa sobre la magnificencia de la obra que había contemplado, esos objetos contribuyeron a inspirarme una satisfacción nueva. Los metí, con el mismo cuidado que un detective, en una bolsa de plástico limpia. Pruebas de que era consciente del valor relativo de las cosas insignificantes.
YEAR OF THE MONKEY, PATTI SMITH
EL AÑO DEL MONO, ANA MATA BUIL
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Por otro lado, dice Lonesom, R.B. dejó dicho que hablaba “desde un lugar con las luces apagadas en donde el nervio de la voluntad se desprende del resto del cuerpo como la lengua de serpiente se desprende del cuerpo y repta, automutilada, por entre la basura”. Dos cosas son importantes en esta confesión: que las luces están apagadas y que la voluntad repta entre la basura. La oscuridad es el misterio, la basura son los excedentes de los inmensos horizontes del sentido. La oscuridad es el vacío y la basura es su contrario, la facticidad por desborde. Es decir la oscuridad es el no, la basura es el sí. La voluntad es la línea invisible que los separa, es decir, la y. ¿Has pensado alguna vez detenidamente en esa letra, la y?
AMOR DIVINO, ÁNGELA SEGOVIA
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Pensar es, ante todo, querer crear un mundo (o limitar el propio, lo que equivale a lo mismo). Es a partir del desacuerdo fundamental que separa al hombre de su experiencia para encontrar un terreno de armonía conforme a su nostalgia, un universo encorsetado con razones o aclarado por analogías que permitan resolver el divorcio insoportable. El filósofo, aunque sea Kant es creador. Tiene sus personajes, sus símbolos y su acción secreta. Tiene sus desenlaces. A la inversa, la preeminencia lograda por la novela con respecto a la poesía y el ensayo representa únicamente, y a pesar de las apariencias, una mayor intelectualización del arte. Entendámonos: se trata sobre todo de las más grandes. LA FECUNDIDAD Y LA GRANDEZA DE UN GÉNERO SE MIDEN CON FRECUENCIA POR SUS DESPERDICIOS. El número de malas novelas no debe hacer olvidar la grandeza de las mejores. Estas, justamente, llevan consigo su universo. La novela tiene su lógica, sus razonamientos, su intuición y sus postulados. Tiene también sus exigencias de claridad.
LE MYTHE DE SISYPHE, ALBERT CAMUS
EL MITO DE SÍSIFO, LUIS ECHÁVARRI
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Nunca lloraba, ni aun en sueños, pues la dureza de corazón era para él motivo de orgullo. Le gustaba imaginar su corazón como un enorme ancla de hierro que resistía la corrosión del mar, y que, desdeñosa de las ostras y percebes que hostigaban los cascos de los buques, se hundía bruñida e indiferente, entre montones de vidrios rotos, peines sin dientes, tapones de botellas, preservativos…, en el cieno del fondo del puerto. Algún día se haría tatuar un ancla en el pecho.
GOGO NO EIKOU
YUKIO MISHIMA
EL MARINO QUE PERDIÓ LA GRACIA DEL MAR
JESÚS ZULAIKA GOICOECHEA
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La labor que se le pide a Cenicienta parece absurda: ¿por qué arrojar lentejas a las cenizas solo para volver a recogerlas otra vez? La madrastra está convencida de que es algo imposible, humillante y carente de sentido. No obstante, Cenicienta sabe que puede obtener algún resultado positivo de cualquier cosa que se realice, con solo atribuirle un significado, incluso de algo tan degradante como hurgar en las cenizas. Este detalle estimula en el niño la convicción de que el vivir en lugares considerados mezquinos –jugar entre y con la porquería– puede tener gran valor, si se sabe cómo extraerlo.
THE USES OF ENCHANTMENT. THE MEANING AND IMPORTANCE OF FAIRY TALES
BRUNO BETELLHEIM
PSICOANÁLISIS DEL CUENTO DE HADAS
SILVIA FURIÓ
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Hace unos veinte años, un basurero de la ciudad de Nueva York, llamado Nelson Molina, comenzó a coleccionar obras de arte fragmentos de obras de arte y objetos únicos que encontraba en la basura al hacer su ruta. Su colección, THE TRASH MUSEUM (El Museo de la Basura) se exhibe en el segundo piso del garage de la empresa municipal de recogidas de basura de la calle 99 Este. En la actualidad, alberga más de mil piezas, entre pinturas, carteles, fotografías, instrumentos musicales, juguetes y otros objetos misceláneos. No existe un gran hilo conductor de la colección: solo el gusto de Molina. Aunque otros compañeros también le hacen llegar hallazgos, es él quien decide qué va a en la pared y qué no. “Les digo a los chicos: “Traedme lo que tengáis, y yo decido si lo cuelgo o no”. Llegado cierto momento, Molina pintó un cartel para el museo que decía: “Tesoros en la basura. Por Nelson Molina”.
“Bucear en los contenedores” es una de las labores de todo artista: encontrar tesoros en la basura de otras personas, cribar los detritus de nuestra cultura, prestar atención a aquello que todo el mudo está ignorando y buscar inspiración en cosas que la gente ha decidido dejar a un lado por las razones que sea. Hace más de cuatro siglos, en su ensayo titulado “De la experiencia”, Michel de Montaigne escribía: “En mi opinión, las cosas más ordinarias, las más comunes y familiares pueden, vistas en su verdadera luz, tornarse los más grandes milagros… y en los más maravillosos ejemplos”. Todo lo que hace falta para descubrir joyas escondidas es un ojo atento, una mente abierta y el deseo de encontrar inspiración en lugares donde otras personas no desean o no pueden aventurarse.
A todos nos gustan cosas que para otras personas son un desperdicio. Debes tener el valor necesario para seguir amando tu basura, porque lo que nos hace únicos es la diversidad y la amplitud de nuestras influencias, la forma absolutamente única en que mezclamos los productos de la cultura que otros han etiquetado como “alta” y “baja” cultura.
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AUSTIN KLEON
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ÁLVARO MARCOS
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Durante mucho tiempo la guerra nos había robado aquellas playas; ahora, cuando volvíamos, las encontrábamos cubiertas de desechos: tanques aplastados, cañones destrozados, los despojos irreconocibles de abandonados muelles provisorios, que ahora se herrumbraban y pudrían bajo el sol ardiente del desierto, y que las móviles dunas terminarían por tragar. Bañarse ahora en esas playas producía una extraña sensación de melancólica serenidad; como si estuviéramos en un petrificado bosque de la era neolítica: tanques como esqueletos de dinosaurios, cañones grandes y erectos como muebles pasados de moda. Las minas constituían un peligro, y los beduinos solían extraviarse en ellas cuando llevaban a pastar sus rebaños. Incluso Clea se perdió una vez, pues el camino estaba cubierto por brillantes fragmentos del choque reciente de alguna caravana. Pero tales ocasiones eran raras, y en cuanto a los tanques, aunque estaban quemados, no tenían ocupantes, no había en ellos restos humanos.
Clea, Lawrence Durrell
Clea, Matilde Horne
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La tensión no desapareció ni siquiera cuando pasaron dos hombres hablando sobre el aspecto deplorable de la playa. Gracias a ellos me enteré de que aquello que vi era basura. La gabarra de los desperdicios del hotel no solía llegar a algo que llamaban el «punto de lastre». Por tanto, todos los «detritus vertidos» regresaban arrastrados por el mar para «deslucir costa».
Bid Time Return, Richard Matheson
En algún lugar del tiempo, Raúl Campos Martín
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Las películas clandestinas captadas por las cámaras FILMO, e igualmente las imágenes fotográficas tomadas con las Speed Graphic durante la Segunda Guerra Mundial, dieron buena cuenta del «stock» de cadáveres recién elaborados en los talleres de la Parca, transportados en carros como desecho útil, porque eran y son reciclables para el castigo moral del prójimo. Esos cuerpos hacinados y alineados del mismo modo en que se apilan las pacas de basura prensada, abastecieron y en buena parte determinaron la conciencia moderna para su definitivo descrédito y hundimiento.
Ramón Andrés González-Cobo
Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente
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Una de las formas más curiosas de inquilinato biolgógico qu egenera extrañas moradas es la llamada «tanatocresis», proceso mediante el cual algunos organismos vivos hacen uso de los desechos de otros animales o vegetales muertos (huesos, carcasas, caparazones), incluso, de sus desperdicios con el fin de protegerse o de usarlos como herramientas para otras funciones. Thánatos dado que la condición necesaria para dicha unión es que uno de los seres que la forman esté muerto. Chrésis, en el sentido de uso, de servirse de algo o alguien con una finalidad concreta, la cual a veces posee cierto matiz sexual o erótico. Son tus despojos los que me cobijan y en los vestigios de lo que una vez fuiste, puedo encontrar un refugio. En estos casos, podríamos afirmar que en la casa no habita el muerto, pues la casa es el muerto mismo. Y cargamos con sus restos y su mundo, cual cangrejo ermitaño, a nuestras espaldas
Carolina Meloni & Mafe Moscoso
Morir guay. Voces y relatos para no tener miedo
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Imaginemos que el trabajo onírico es la actividad más de un bricoleur que de un censurador. Los censuradores sugieren una moral, o nos enredan con espías, códigos y dentenciones. Pero el bricoleur onírico es un artesano, que recoge piezas de deshecho que han quedado del día y se entretiene pegándolas entre sí y haciendo un collage. Mientras que los dedos que dan forma al sueño destruyen el sentido original de estos restos, al mismo tiempo los reforman con un nuevo sentido dentro de un nuevo contexto. Si el sueño expresa el ello, como dijo Freud, entonces sirve a sus dos principios: el amor y la muerte. La muerte es el chatarrero, desmantelando el mundo en busca de piezas inservibles, separando y destruyendo relaciones, que el amor, siguiendo con la metáfora de Freud, refunde para formar nuevas unidades. Por la noche la imaginación separa los hechos de la vida, y el bricoleur al servicio del instinto de muerte va barriendo en busca de restos diurnos, sacando de la vida más y más basura empírica del mundo personal, para colocarla en la psique por el bien de su amor.
El sueño y el Inframundo, James Hillman
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Los fluidos humanos son una fuente de inteligencia relegada a la categoría de desecho.
El Antropoceno se extiende en las aguas, sosteniendo nuestros residuos tóxicos, incorporándolos a su hidro-lógica pero no a su hidro-ética. Las lógicas del agua nos devuelven los residuos que arrojamos a ellas. El océano recibe el calor de la pista de baile. La temperatura de sus cuerpos aumenta la temperatura del planeta. El hiper-sonoro se diluye en el hipermar. El techno es parte de nuestro legado geológico y de la memoria de los cuerpos […] Los estados alterados de conciencia siguen contaminando las aguas aunque las pistas de baile lleven meses cerradas. Se deslizan por las miles de tuberías de alcantarillado hasta desembocar en el mar y los ríos.
YOU GOT TO GET IN TO GET OUT (catálogo de la exposición)
SONIA FERNÁNDEZ PAN & CAROLINA JIMÉNEZ (comisarias de la exposición)
LA CASA ENCENDIDA, 2021
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Oigo chapoteo de aguas fecales tras de mí y me vuelvo sobresaltado, y eso provoca que pierda pie. Caigo de frente y aterrorizado de boca sobre algo blando y pútrido. Saco la mano, que ahora tengo embadurnada de la masa pringosa, y la alumbro con la linterna del iPhone. Es de un blanco enfermizo, llega casi hasta el techo del túnel y se extiende hasta donde me alcanza la vista. Con cautela me toco el bigote con la lengua para probarla y de inmediato me veo alcanzando el paroxismo de las arcadas. Se trata, tal y como sospechaba, de uno de esos temidos mugrebergs: aceite de cocinar, toallitas húmedas, papel higiénico, basura y tampones coagulados hasta formar una masa inmens. No me queda más opción que abrirme paso a través de esta pesadilla hasta encontrar le alcantarille que mi nuevo amigo el de la pierna ortopédica me va a abrir, abrirme paso hasta el plató de Charlie Rose, revelar la verdad sobre la película de Ingo y mi relación con ella. De modo que gateo a lo largo de diez manzanas de mugre hasta la siguiente alcantarille disponible.
ANTKIND: A NOVEL
CHARLIE KAUFMAN
MUNDO HORMIGA
CE SANTIAGO, 2021
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Forjó siete caracoles del tamaño de su mano y los tiró a la basura. En esta ciudad, la basura de un hombre es el tesoro de cualquiera. En realidad tirar caracoles era casi como un experimento social, un performance, una idea de rastreo. El artista pepenador los tiró a la basura y fue a buscarlos como si se hubiera arrepentido. Pero no era arrepentimiento, el objetivo era justamente la búsqueda. Ver a dónde se van los deshechos.
Molusco en LA MEMORIA DE LAS COSAS (el relato entero, no este diminuto recordatorio)
GABRIELA JAUREGUI
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La gran mayoría de instituciones de aquella época todavía no se habían planteado ayudar a los más necesitados estableciendo escuelas de alta calidad, basadas en el respeto a las diversidades culturales del país y empleando métodos educativos donde se practicaba la «pedagogía activa», donde el niño es un elemento consciente de su propio proceso educativo. En otras palabras: no se habían planteado ofrecer a los más pobres las mejores escuelas, las mismas escuelas que ellos eligirían para educar a sus propios hijos. Abundaban, sin embargo, los centros donde simplemente se enseñaba a leer, a escribir y a repetir lo que sus superiores querían escuchar. Ese tipo de escuelas que, por su falta de rigor cualitativo, nunca serían aceptadas en Estados Unidos, ni en Europa, ni en ningún país desarrollado. Esos eran proyectos para lavar conciencias, donde se practicaba la falsa caridad. Este concepto de la falsa caridad no se vinculaba solo al ámbito de apadrinar a un niño y mandarlo a la escuela sino que tenía una extensión más amplia: llegaba de la mano de las donaciones de gente de países ricos, que mandaban cantidades exageradas de ropa, de comida o de otros productos, sin pararse a pensar si los nepalíes las necesitaban o no. Se trataba, generalmente, de cosas que sobraban: vestidos que habían quedado viejos, pequeños, pasados de moda, medicinas caducadas, libros de texto del año anterior, juguetes rotos, en fin, lo que en España solemos llamar «estorbos». Aquello que decidimos tirar cuando nos ponemos a hacer la limpieza de los armarios. Generalmente nos da pena deshacernos de ello; por otra parte, no tenemos suficiente espacio en casa para almacenarlo, así que, si alguna institución de las llamadas «benéficas» viene a casa a recogerlo y además se lo envía a los pobres, nos creemos que estamos haciendo un gran acto de caridad. Aunque pueda parecer una tontería, con este tipo de actuaciones, siempre con la mejor intención, estamos creando un concepto falso de la palabra «cooperación» y también un vínculo vicioso muy negativo, entre el que envía las cosas y el que las recibe.
La persona que hace una donación de cosas que ya no usa está confundiendo el concepto de «ayudar», que no significa «dar lo que le sobra a uno». Cuando uno quiere ayudar a alguien, debe hacerlo desde el punto de vista de lo que el otro necesita. En primer lugar, se le hace verbalizar cómo quiere ser ayudado y, a ser posible, se le proporcionan los medios para que esa persona se pueda ayudar a sí misma y para que un día pueda prescindir de nosotros. En lugar de mandarle vestidos, mejor sería capacitarle para que pudiera trabajar y, con el dinero que ganara pudiera comprarse la ropa que le hiciera falta. De este modo se cortará el vínculo negativo que se produce cuando los pobres se pasan la vida esperando que se les ayude, cosa que a nosotros nos hace sentir generosos y buenos, los héroes de la película. La primera actuación genera dependencia de los pobres hacia nosotros que se prolongará para toda la vida. Eso es lo que Paulo Freire, en su libro Pedagogía del oprimido, llama «falsa caridad».
A las palabras de Freire yo añadiría que, que para actuar en contra de la falsa caridad, es necesario dotar a los más necesitados de aquellas herramientas que habrán de permitirles alcanzar el nivel de dignidad al que tienen derecho todos los seres humanos sin discriminación de ningún tipo. Dignidad que nos viene otorgada por el tipo de educación que recibimos, la información que nos rodea, los medios a nuestro alcance, la diversidad de opciones, oportunidades y opiniones a las que nos han sometido, el apoyo político, administrativo y social de nuestro país… En definitiva, todas aquellas cosas que nos vienen dadas desde el nacimiento y que nosotros no hemos tenido opción de elegir.
La primera discriminación empieza cuando los que estamos ayudando nos creemos en un plano superior. Cuando existe la desigualdad de derechos, automáticamente se produce desigualdad en los beneficios y empiezan a surgir las «ayudas sucedáneo». Las ayudas auténticas son para la clase privilegiada y a los demás les tocan sucedáneos.
UNA MAESTRA EN KATMANDÚ, VICKI SUBIRANA
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El doble estrujón del capitalismo sobre las fuentes y los sumideros ha sido reconocido –sobre todo en relación con el cambio climático–, pero creo que sus trascendentales implicaciones se han subestimado. Pondría de relieve dos aspectos de este doble estrujón. Uno es que los residuos del capitalismo están desbordando los sumideros y vertiéndose en los libros contables del capital. Una vez más, el cambio climático es el ejemplo manifiesto de este fenómeno. De ahí que la conexión entre «cambios de estado» de la biosfera y la crisis de acumulación sea más íntima de lo que se suele reconocer. Pero creo que existe otro problema, más profundo, histórico-geográfico que (todavía) no se ha contemplado de forma suficiente: la temporalidad de la naturaleza-como-fuente difiere considerablemente de la temporalidad de la naturaleza-como-sumidero. Hasta ahora, se podían desarrollar nuevos regímenes de producción primaria mucho más rápido que los costes derivados de los residuos. Era posible superar dichas contradicciones porque existían fronteras geográficas –no solo continentes, sino también espacios corporales, subterráneos y atmosféricos– de las que se podían extraer «dones gratuitos» y donde se podía depositar «basura gratuita».
CAPITALISM IN THE WEB OF LIFE: ECOLOGY AND THE ACCUMULATION OF CAPITAL, JASON W. MOORE
EL CAPITALISMO EN LA TRAMA DE LA VIDA. ECOLOGÍA Y ACUMULACIÓN DE CAPITAL, MARÍA JOSÉ CASTRO LAGE
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Creo que ya no sentiría la misma mezcla de asombro y recelo ante las obras de una artista escandinava que, hace años, vino de visita a mi finca. Mientras paseábamos, se agachaba cada dos por tres para recoger frutos resecos, hojas marchitas, vainas ennegrecidas por la intemperie. «¡Bah!», me dije, «hoy en día cualquier gesto se hace pasar por arte». La había dejado a su aire, aunque en mi fuero interno no estuviese para nada convencida de la calidad o incluso del sentido de su trabajo. Y mostrándome del todo indiferente a su «saqueo»; al fin y al cabo, lo que recogía era basura: frutos podridos, flores marchitas, cualquier cosa que no tuviese ya rccorrido, utilidad alguna.
Mientras intento poner orden en la casa (¡cuánto me cuesta ahora pasar libros y diccionarios de un estante a otro! ¿Estaré a punto de convertirme al libro electrónico?) mis ojos se detienen en el libro Woodward, En ruinas. Recuerdo mi fascinación por la idea de que la auténtica belleza de los edificios aflora cuando sucumben al paso del tiempo, a fuerzas ante las que no son capaces de resistir, como los terremotos, pero también el viento, el agua, las polillas o los ratones. En una palabra: al abandono. Recuerdo mi propósito muchas veces pospuesto, demasiadas, de escribir una botánica de las ruinas. Ya no me queda tiempo para hacerlo, pero me pregunto: ahora que decae la del cuerpo, ¿aflora quizá una belleza de otro tipo? O quizá lo que aflora con el deterioro, incluso en el caso de los edificios, no sea belleza. ¿Y si es el alma lo que se transparenta cuando está a punto de desaparecer? ¿Será justo esa la belleza, entrever fugazmente lo invisible?
AL GIARDINO ANCORA NON L´HO DETTO, PÍA PERA
AÚN NO SE LO HE DICHO A MI JARDÍN, MIGUEL ROS GONZÁLEZ
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Por las laderas de la colina que albergaba el Barrio francés descendía lentamente, como un torrente de lava, una masa de desperdicios, basura, sangre coagulada, intestinos y restos humanos y animales. En medio de aquella amalgama, que brillaba con todos los colores de la descomposición, los últimos habitantes del Reino erraban alucinados. Solo balbuceaban sonidos incoherentes sin poder entenderse unos a otros: habían perdido la capacidad del habla. Casi todos iban desnudos y los hombres más robustos empujaban a las mujeres, mucho más débiles que ellos, hacia la avalancha de carroña, donde las infelices perecían envenenadas por las emanaciones. La Plaza Mayor se asemejaba a una cloaca gigantesca en la que los sobrevivientes, agotando sus últimas fuerzas, se estrangulaban y mordían unos a otros antes de expirar definitivamente.
DIE ANDERE SEITE. EIN PHANTASTICHER ROMAN
ALFRED KUBIN
LA OTRA PARTE
JUAN JOSÉ DEL SOLAR
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Festones ondulantes de desperdicios marcaban la lenta retirada del mar: una sucesión fascinante de algas de colores, peces aguja muertos, corchos de redes de aspecto apetitoso –como pedazos de rico plum-cake–, pedacitos de vidrio que la marea y la arena habían esmerilado y tallado como otras tantas joyas translúcidas, conchas punzantes como erizos y otras lisas, ovales, de un color rosa tenue, que diríanse las uñas de alguna diosa ahogada.
MY FAMILY AND OTHERS ANIMALS, GERALD DURRELL
MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES, MARIA LUISA BALSEIRO
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“A la remolacha le convienen abonos ricos en calcio, ácido fosfórico y potasa”. Perfecto, pero ¿de dónde los saco? ¿Hay que comprar todo eso en el mercado de Lebus? Hans se rio, y me dijo: “Lo sacas de carbón animal, quemando huesos y mezclándolos con restos de bichos muertos, como gallos, ratones o gallinas, que debes triturar hasta dejarlos molidos. A la mezcla le añades boñigas de tu buey y de la vaca del señor Geoffmann, materiales que debes coleccionar como si fueran tesoros –mejor fuera de la casa, te lo recomiendo vivamente–, y, si se pudre todo, mejor. Toda defecación de cualquier animal, incluidas las del caballo y las tuyas, consérvalas porque son monedas a medio plazo. Las cenizas de la chimenea también son ideales para juntarlo con todo lo demás. Debes comenzar pronto a recolectar todas esas cosas, porque tienes bastante terreno y el abono cundirá menos de lo que imaginas”. La mierda como tesoror, me sorprendió el concepto.
Centroeuropa, Vicente Luis Mora
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De lo moderno, de la civilización capitalista industrializada, el turismo es por eso solo el espejo magnificador de lo moderno, lo que nos permite distinguir mejor sus rasgos sobresalientes, como una lupa. Y como tal hace que resalte, entre otras cosas, también el proceso de “autodestrucción del medio urbano”.
En su estadio final, con la zonificación llevada hasta sus últimas consecuencias, todas las demás actividades son expulsadas de la ciudad y la ciudad se hace íntegra, totalmente turista: Las Vegas es la zonificación turística llevada al extremo, hecha ciudad, autónoma. El asesinato que el turismo lleva a cabo es, desde un punto de vista, muy parecido al realizado por los financial districs: el urbanicidio como monocultura, como monofuncionalidad, como reduccioniso racionalista. Detroit murió y Chicago sobrevivió: la primera era la Motor Town, monocupacional, monofuncional y dependendiente de una única industria, la automovilística: General Motors hizo rica a Detroit, pero luego se marchó de allí y la Motown ofrece hoy un horrible espectáculo de desolación, un desierto humano; la segunda, Chicago, se sostenía en actividades diferenciadas: agricultura, diversas industrias (química, alimentaria y siderúrgica), fnanzas, cultura (las diversas universidades y centros de investigación). Toda ciudad que depende de una única industria (ya sea turismo, finanzas, automóviles o moda) está destinada a morir pronto. Hoy en día, Venecia ya es una ciudad muerta: basta con caminar por entre las casas una noche de noviembre, sin ver siquiera una ventana iluminada, durante trechos y más trechos de los canales. Florencia ya va acelerada cuesta abajo. Roma enfila también el mismo camino.
Naturalmente, la decadencia es mucho más lenta cuanto más vasta y más diversificada es la ciudad en la que el turismo echa raíces hasta asfixiarla. Por eso, las grandes metrópolis sienten una falsa seguridad: para ellas el camino aún es muy largo. Así, para Nueva York la perspectiva queda más lejos que para Londres, y París está más cerca que ambas para alcanzar la muerte. Y para las tres es menos remota de lo que parece: en definitiva, al finales del siglo XV Venecia era todavía la capital del comercio mundial, era “el mercado del universo”, y menos de ciento cincuenta años después se afanaba ya para sacarle provecho a su carnaval.
Del mismo modo que Detroit, la industria del automóvil ha dejado, al marcharse, edificios destripados, ventanas rotas, socavones en las calles y casitas unifamiliares quemadas, en las ciudades turísticas, cuando el viento haya cambiado y las hordas sigan a otro lugar al flautista de Hamelin, los únicos rastros que quedarán serán botellas rotas, papeluchos, latas y desechos como los que la resaca deposita en la costa.
IL SELFIE DEL MONDO. INDAGINE SULL´ETÀ DEL TURISMO
MARCO D´ERANO
EL SELFIE DEL MUNDO. UNA INVESTIGACIÓN SOBRE LA EDAD DEL TURISMO
XAVIER GONZÁLEZ ROVIRA
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FUENLABRADA. COMISARIA. ATESTADO POLICIAL
aunque virtuas de frentes y de vírgenes ineluctables
otorguen sus fulgores a una charanga de cubos de basura
JUAN LARREA, Versión celeste
una ciudad enterrada en su propia basura
JUAN BONILLA, Los príncipes nubios
Agente RYH y ALG, nº 45.2145 y 14.2659
Distrito 5. Madrid, 11 de julio de 2007
Personados el pasado día 10 de julio en el número 24, portal A, de la calle Recolectores, tras ser alertados los agentes por las reiteradas quejas de los vecinos ante el mal olor reinante en el 3º izquierda, propiedad de don V.L.M, y una vez efectuados los dos preavisos reglamentarios, se procedió a forzar la puerta de la citada vivienda, ante la falta de respuesta a nuestras conminaciones de apertura. Dicha operación de forzamiento no pudo realizarse por completo al obstaculizar la entrada enormes bolsas de basura y espuertas colmas de escombros y morralla, que ocupaban el piso junto a otros deshechos, semovientes y residuos hasta la altura de un metro sobre el nivel del suelo, lo que motivó a los agentes a voltear la puerta y extraerla hacia fuera, al efecto de poder penetrar en las dependencias, lo que finalmente se logró de manera harto penosa, por las circunstancias en que aquellas se encontraban.
Protegidos con máscaras antigás, debido a las intensas evidencias de metano y alcoholes en suspensión, que en cualquier instante podían desencadenar una deflagración, o incluso un estallido, los agentes llevaron a cabo una indagación detallada que, confrontada con las declaraciones tomadas a los testigos y la portera de la finca, viene a confirmar los siguientes hechos: primero, que el citado residente, V.L.M., lleva desde hace lustros, hasta un cuarto de siglo según algunos testimonios, acumulando todo tipo de materiales dispersos, trastos, objetos arrumbados, detritus orgánicos, restos sacados de la calle, bolsas de basura, archiperres, desperdicios derelictos, ganga, remanentes no identificables, desportilladuras, maquinarias obsoletas, así como diversos bienes hurtados, residuos y liquidaciones de inventario de las más singulares e inimaginables especies. Segundo, que preguntado reiteradamente V.L.M. durante todos esos años por su extraña actitud primero y recriminado por ella después, conforme crecía la alarma de la comunidad, el detenido se negaba a responder o alegaba que la recolección en sí misma era motivo suficiente. A este respecto, creemos conveniente hacer notar que V.L.M., tras contrastar datos apuntados por la portera del inmueble, presenta un cuadro mental confuso, pero en cualquier caso patológico, ya que el registro en su domicilio ha permitido encontrar hasta diez informes psiquiátricos, psicoanalíticos y psicológicos distintos, de varias instituciones médicas, que diagnostican desde dispersión mental hasta psicopatía leve, pasando por trastornos mentales transitorios, motilidad excesiva, desestructuración cerebral, fases cultipicañas, depresiones, celotipia, retraso y síntomas graves de idiocia, afasia, estados místicos perturbaciones del sueño, episodios de onanismo en público, neurosis atrabiliarias, trastornos obsesivo-compulsivos, glosolalia irrestricta, marcha inversa, síndrome de Diógenes, incontinencia rectal y hasta consta en su historial clínico un diagnóstico de bicefalia, aunque el equipo de análisis de nuestro departamento tiene motivos para pensar que este último informe es inventado, o que ha sufrido alguna perversa manipulación. Tercero: que la citada y larga renuencia a explicar su comportamiento, así como los olores emitidos en los últimos días, no han supuesto merma alguna de la buena consideración del detenido; de hecho, han sido los únicos motivos de queja ante un comportamiento considerado modélico por el resto de la comunidad de propietarios. Preguntado en este sentido, el presidente de la misma, C.S.P., ha confirmado que, aunque V.L.M. no acudía a las reuniones comunitarias, era pagador puntual y jamás hacía objeciones a derramas y acuerdos dispuestos en ellas, cumpliendo de forma minuciosa lo determinado comunalmente; a este tenor y con idéntico respeto han hablado todos los vecinos interrogados del bloque de viviendas, salvo J.L.G.M., vecino del 1º derecha, que siempre ha reprochado a V.L.M. sus excentricidades, acusándolo pública y privadamente de no avenirse a la normalidad establecida. Cuarto: durante el registro se han intervenido y decomisado, por su posible peligro para la salubridad y el orden público, diversos materiales coleccionados por el detenido, como párrafos de escritores experimentales, citas de ciencia y filosfía –consideradas censurables y sin encaje en las colecciones permitidas en nuestra ciudad–, apuntes tecnológicos, ideas robadas o sacadas de contexto a otros autores y artistas, dos palés de posturas vanguardistas y diez cajas de anticlasicismo, cinco lotes de tradiciones europeas en avanzado estado de descomposición, siete críticos extravagantes, una lavadora con piedras en su interior –destinada, al parecer, al blanqueo de viejas ideas negras–, unos frascos que contenían una larga serie de maestros decimonónicos en formol y veinte tetrabriks de mala leche; del mismo modo, se ha procedido a exterminar una plaga de textos de Jorge Luis Borges que amenazaba con asolar el inmueble, en especial reproduciones en ciclostil de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, impúdicamente colgadas de los muros medianeros. Quinto: en la última fase del vaciado de la vivienda por los servicios municipales de limpieza, bajo unos cartones de estético alemana y con unos auriculares puestos, se encontro a V.L.M., quien estaba elaborando un largo escrito que definió como el inventario actualizado de todos los deshechos acumulados en su casa; fue detenido inmediatamente y puesto a disposición judicial. A pesar de los reiterados ruegos de que no hablase sin la presencia de su abogado, el susodicho no dejaba de perorar acerca de la libertad de recolección de objetos de las calles, sobre la pertinencia del síndrome de Diógenes en cualquier escritor que se precie y sobre las ventajas de un extraño aparato eléctrico de fines sexuales que aún no hemos identificado. Lo que se hace constar en Madrid, a las 20.35 horas del 11 de julio de 2007, al efecto de unirlo al expediente del atestado.
–¿Has leído Las ciudades invisibles, de Italo Calvino?
–No, me han hablado de ese libro, pero todavía no lo he leído
–Hay un momento en el que dice:»Renovándose ada día la ciudad se conserva a sí misma en la única forma defintiva: la de los desperdicios de hay que se amontonan sobre los desperdicios de ayer y de todos sus días y años y lustros». Cuando pienso en Madrid, pienso así, que todo es una basura, pero que de esa condición excrementicia brota una energía especial, que los gases de las materias en descomposición emiten una fuerza energética renovadora y qeu donde hay energía, por muchos despojos que haya, hay vida también. Es la ciudad continua que describe Italo Calvino. Acoge lo nuevo sin desprenderse de lo viejo.
–La ciudad continua. Como en Solaris, la película de Tarkovski. Hermoso.
–La vida es movimiento.
–La vida es movimiento, sí.
CAMPO DE LAS NACIONES. FERIA
INTERNACIONAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO
ARCO / VERTEDERO DE MADRID
Solo escombros, gracias
Campaña de la Comunidad
Autónoma de Madrid.
Consejería de Infraestructuras
Y te quedas sentado en el jardín
para intentar escribir poesía
usando lo que Wyatt y Surrey dejaron por aquí,
lo que tomaron y volvieron a soltar
como estupenda materia prima
JOHN ASHBERY,
Autorretrato en un espejo convexo
16 de febrero de 2007. Entro en ARCO con más ganas que expectativas. En una librería me acabo cansando al rato y los macroconciertos me agotan a las tres horas, pero puedo pasar doce horas observando obras de arte y caminando entre ellas, casi sin pausas. Quizá he llegado demasiado temprano, parece que estén montando todavía algunos standspero esto no empezó hoy, sino ayer. Luego no están a medio montar, es que algunas piezas son así, incompletas, con restos de construcción, escombros, ladrillos, escobas, recogedores. Por ejemplo, las obras de Aggtelek, mezcla de reciclaje y puro desperdicio; por ejemplo, la escultura o instalación del artista chino Ai Weiwei, que ha recogido maderas e hierros procedentes de la destrucción de un templo para salvarlos en una especie de muro artístico.
Recuerdo:
Se trataba de una pieza que reflexionaba sobre la existencia, el espacio y el tiempo. Unos trozos de madera y aglomerado amontonados con obsesión de performance daban el toque a una obra de prestigio. Pero pasaron las limpiadoras y tiraron los ladrillos. Desde entonces, las limpiadoras de la Feria de Arte Contemporáneo (ARCO) no se atreven a tocar nada. […] La galerista Magda Belloti narra esta anécdota como una de las más divertidas de la Feria.
«¿Parque temático o escaparate sagrado?».
El Mundo (ed. Andalucía), febrero 2000
∗
Al poco rato me rindo a la evidencia: hay una insensata, compulsiva, sustición del arte por el mercado. La pregunta es: ¿habría, hay, algún arte o estética que fuera capaz de convertir todo este mercado en arte, leerlo estéticamente y hacer algo aprovechable con él?
∗
Escribía Xavier Bru de Sala: «Vivimos tiempos de confusión entre el arte y la publicidad […] habida cuenta de que es imposible penetrar en la intimidad del acto de concepción de la obra, ¿cómo distinguiremos la voluntad artística de la simple publicidad encubierta de arte?». Es una buena pregunta. Algo parecido sucede también en la literatura.
∗
en toda su vida profesional de analista de textos, nunca había
encontrado uno más rico y sugerente que la basura.
CAMILO JOSÉ CELA, «La lección de la basura»
Para los escritores y artistas modernos la basura es una metáfora de esta sociedad, como puede verse en el gran poemario de A.R. Ammons, Garbage (1993), o el relato de William Gibson «Mercado de invierno» donde uno de los personajes, Rubien, es llamado el maestro de la basura y vive en una ciudad hecha de restos, de detritus tecnológicos de otras épocas y otras personas. Stanislaw Lem, en Diario de las estrellas (1971) imaginaba viajes estelares mediatizados por la basura espacial, y formulaba su Ley de la Basura: «Cada civilización en fase técnica empieza a hundirse en los desperdicios, sufriendo graves trastornos, hasta que consigue llevar los muladares al espacio. Para que estos no entorpezcan la cosmonáutica, se los coloca en una órbita espacial, Alrededor del planeta crece un anillo de vertederos de basura, cuya presencia demuestra una era superior del progreso alcanzado». Análoga ley parece regir los estratos inferiores de la atmósfera. Pintores como Cris Ofili elaboran sus cuadros con excrementos de elefante, y Tony Cragg elabora sus esculturas dentro de la llamada «estética del contenedor». Para Michel Houllebecq, «la literatura puede con todo, se adapta a todo, escarba en la basura», para retratar el vertedero colectivo. Como hace poco con la televisión, la sociedad se obsesiona cíclicamente con todas aquellas metáforas que la retratan. Es feliz en su misma podredumbre, se refocila en el mal olor, disfruta con personajes cochambrosos, asiste impávida al espectáculo podrido del corazón, eleva a categoría de nauseabundez de sus representantes. La basura es la metáfora final: describe a nuestro mundo como el romano Monte Testaccio, que está compuesto por desechos y restos de construcción. El desecho está presente en todo. Por ejemplo: leo Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo, y encuentro esto: «La verdadera esencia del hombre está en la mierda»; hablando de nuestros deshechos, el personaje dice: «Se sorprendería de la abundante información que contienen». Ariel Dorfman, en su novela Terapia, escribe: «Si no amas la basura de la gente, no vas a entenderla nunca, es una manera de conocer lo que llevan adentro, lo que esconden, a través de los desperdicios que echan de sus hogares o de sus cuerpos o de sus mentes». Incluso los poetas:
Así me lo hace ver, inmóvil
a un lado de la calle,
el montón de basura
fijo y que, sin embargo,
crece poco a poco, despacio,
como otros, repetidos
a treinta metros,
que alguien de vez en cuando, quema
ANTONIO MÉNDEZ RUBIO
El fin del mundo
el cubo de basura es más humano
que los hombres
JESÚS AGUADO, Heridas
Cómo escribir
en tiempos de penuria,
en noches de ventisca
en hojas de epitafio.
Qué belleza cruel,
qué diferencia,
qué figurativa realidad
o qué realismo sucio
contará la crónica
de este vertedero
AMALIA IGLESIAS SERNA,
Dados y dudas
Todo ello dando la razón al Julián Jiménez Heffernan que en algún sitio asevera que es «la poesía […] no mucho más que eso: gestión de residuos inorgánicos«. Pero la rama del Arte donde más presente está la basura es, desde luego, en las artes plásticas y escultóricas. El filósofo Slavoj Zizek escribía: «En el arte de hoy, el hiato que separa el espacio sagrado de la belleza sublime del espacio excremental de la basura (desperdicio) se está estrechando gradualmente, hasta la identificación paradójica de los opuestos: ¿No son objetos del arte moderno, en grado cada vez mayor, objetos excrementicios, basura […] que se exhiben con objeto de ocupar de llenar el lugar sagrado de la Cosa?». El tema de la basura está íntimamente ligado a la sociedad de consumo, es la consecuencia terminal de la misma; no han desaparecido los valores, solo han sido sustituidos por dos, el Dinero y la Fama, y ambos tienen una estructural relación con la basura: el dinero, tras el uso indiscriminado, termina en basura, en residuo, que el mercado es capaz incluso de reintroducir en el circuito a través del reciclaje, configurado como el consumo del consumo.
El segundo valor, la Fama, acaba o comienza con la basura: con la telebasura. Los famosos olvidados son deshechos humanos, los aún no famosos suelen ser podredumbre si su objetivo es la celebridad, y no el legítimo éxito profesional. Todo es basurable, todo es resto sustitutivo de la Cosa, todo es abandono, todo es reliquia del Dinero, y todo acaba convertido en despojo acumulable. Incluso nosotros, pues nuestro cadáver sería una forma digna, venerable, de detritus, por más que prefiramos verlo de otro modo. Todo es o puede ser basura. Los últimos estudios dicen que el 91% de los correos que navegan por internet son spam, correo basura. Telebasura y radiobasura llenan el espectro. Los partidos suelen terminar con los llamados minutos de la basura. Lo valioso es poco, y caro. Ese resto útil es lo que merece la pena.
Permítanme un escorzo.
∗
CÓRDOBA. BARRIO ARROYO DEL MORO
Galicia, 1979: cuando bajaba
a tirar la basura
el hedor era insoportable.
No había contenedores; las bolsas
se esparcían por las calles,
despanzurradas por perros;
escombros remezclados con tomate,
boñigas de las vacas que cruzaban
el pueblo, restos de empanada
de atún con añicos de cristal y pollo.
En la España del siglo 21
la basura ya no huele a nada;
en el contenedor de la alcaldesa,
que tiene mecanismo de pedal
para no mancharse las manos
–nosotros, no la alcaldesa–,
solo hay exiguos recipientes donde cabe,
o cupo, una ración extra de comida
para una persona, la tarrina
vacía de un bebé, los tupperware rotos,
bandejas de plástico, de aluminio,
sobre plastinados, las compresas
con sistemas antiolor, los trozos de precinto
de envases al vacío, los inodoros tetra-briks®,
o tetra-packs®, los vasos de yogur
sin restos de yogur, las bolsas de comida preparada,
las cajas de pizza: cualquier continente
ideado para que no haya restos,
excrecencias, peladuras,
mondas, cáscaras ni esquirlas.
Solo polivinilos, poliuretanos,
plásticos retractilados
que dan un toque Odisea 2001
al contenedor, pero el 2001 ya es antiguo.
Apenas hay que reciclar la escoria
para que valga para otra cosa. Para otra casa.
Ya no hay comida en los contenedores,
salpicaduras, acaso; láminas de cebolla
porque hay mucha gente que no toma cebolla
por lo del mal olor. Y nada puede oler mal
en el nuevo siglo. Está el contenedor
repleto de desodorantes vacíos.
No haría falta cerrarlo.
Los perros pasan al lado, miran,
y siguen adelante.
∗
En el principio no fue el Verbo sino la basura
J.M. PÉREZ ÁLVAREZ, Cabo de hornos
ARCO, Stand PR41, Galería DNA, Berlín. El artista ha dejado la pintura literalmente fuera de la exposición. Las paredes permanecen blancas y las figuras han sido sacadas: compuestas con grandes pegotes de pintura de varios colores, yacen en una vitrina exterior, desechadas, como un muestrario de posibilidades exiliadas.
∗
Una pista. «El espectáculo –decía Debord en La sociedad del espectáculo, acabo de recordarlo al colocarme frente a la pieza flotante de Damien Hirst– es un dinero solo para mirar«; todo empieza a cuadrar ahora. El objetivo del espectáculo, en términos de arte internacional, es la circulación del producto, no del capital en sí. Es el movimiento, la sucesiva adquisición de la pieza, el cambio de coleccionista, el paso del coleccionista al museo, el que mejora el valor de cambio. Los artistas no quieren piezas paradas en la galería, quieren verlas circulando por ferias internacionales, ya que su presencia genera crédito para ellos. Debord tiene razón, siempre la tuvo, pienso mientras camino contemplando el gigantesco espectáculo del arte contemporáneo extendido bajo el cielo gris del Pabellón 9.
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Un empleado de la limpieza barrió una instalación de arte de Damien Hirst convencido de que se trataba de pura y simple basura. […] Un portavoz de la galería confirmó ayer el incidente, aunque aseguró que la pieza ha podido reinstalarse en su distribución original «Puede venir bien para fomentar el debate sobre qué es arte y qué no es arte, lo cual siempre es saludable», dijo.
El País, 20/10/2001
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El espectáculo tiene las mismas leyes que el desecho; ambos se nutren del concepto de exceso. Lo excesivo es la ley del show-business, sustentada por el principio de que nunca es suficiente. La oferta debe ser agotadora, para que cubra toda la demanda; no toda la demanda existente, sino toda la potencial: debe haber suficientes productos en almacén para el supuesto de que todos los consumidores los demanden al mismo tiempo. El espectáculo se retroalimenta y es inacabable, su objetivo es satisfacer a un inimaginable espectador/consumidor que demandara simulacro las veinticuatro horas. Si Paul Celan hablaba de «resto cantable», en el ultracapitalismo (y el mercado del arte es uno de sus sectores más queridos, más fieles a la idea última de maximación de beneficios) el punto de encuentro entre el mercado y la basura sería el resto vendible, el stock no colocado, los efectos por saldar, los coches ya inútiles pero comerciables aún como chatarra, los libros guillotinados para obtener pulpa, la ropa de segunda mano: el resto vendible como el momento indistinguible en que un producto nuevo y reluciente es ya desechable, y ha pasado de excesivo a excedente sin alteración alguna de su sustancia.
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Arrojadas al espacio
miles de impecables piezas
de la más puntera tecnología
VIRGINIA AGUILAR BAUTISTA
«Basura espacial»
«Cuando la mierda apereció en el arte, la desublimación regresiva produjo su postarte más consumado», escribe Donald Kuspit en El fin del arte. Una de las apariencias más frecuentes de arte excretorio es la falsa provocación, eje del espectáculo estético. Eduardo Subirats, en La cultura como espectáculo decía que «el mundo se ha devenido enteramente en su representación y la imagen se ha convertido en todo su ser», sobre todo en temas culturales. La cultura, a base de ser confundida con la representación espectacular, acabará siendo espectáculo en sí misma. Si observamos los reportajes que vienen apareciendo en prensa y televisión sobre ARCO, ¿acaso son las fotos de las mejores obras las que acaparan protagonismo? En absoluto; son las instalaciones más esperpénticas las asediadas por los medios. La parte artística –que no es poca– de ARCO queda sepultada bajo las toneladas de información inútil sobre su parte espectacular –que es la mayoría, no nos engañemos–. La saturación de lo sobrante acaba, gracias a la presión mediática, por ahogar a lo valioso, de modo que la rémora se hace más grande y fuerte que el pez al que chupa la sangre. El espectáculo, la cáscara, vale más y ocupa más espacio que la almendra cultural.
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[…]
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Pensar un cuento sobre personas-basura, psicologías que son consideradas por los demás como excrecencia, como residuos afectivos. Seres que son apartados por todos hasta quedarse obsoletos, situados al margen, silenciosa y fríamente rechazados sin mediar palabra. Abrir con este epígrafe «La basura crea pequeños rabiosos en la zona» (Alan Mills, Síncopes).
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El mismo recinto arquitectónico en el que nos encontramos es lo que Rem Koolhaas denomina Junkspace, «espacio basura». Una continuidad espacial indiferente, unificada tan solo por el aire acondicionado y por la posibilidad de acceso, de magnitud tan agotadora que está cortada cada escasos cientos de metros por áreas de descanso. Escribe Koolhas: «No hay muros, solo tabiques, membranas relucientes» (Espacio basura, 2002); miro a mi alrededor los miles de cubículos repartidos que, a su vez, cubican y subdividen el espacio –»El espacio basura es aditivo, […] no está articulado en diferentes partes, sino subdivido», continúa el autor–. Incluso el espectacular arquitecto describe, sin saberlo, buena parte del arte aquí contenido: «Restaurar, recolocar, reagrupar, reformar, renovar, revisar, recuperar, rediseñar, retornar […] rehacer, respetar: los verbos que empiezan por «re» producen espacio basura». Algo de eso hay. Por reconstrucción yo entiendo otra cosa. Y debe ser verdad lo que de que este tipo de superficie agota, porque estoy muerto. O quizá es que las palabras que empiezan por «re» me producen un profundo sueño. Escucho a un crítico diciendo sobre un cuadro muy pobre que es un retorno o una revisión de Schwitters y caigo instantáneamente dormido sobre una azafata belga.
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Tengo pesadillas:
En una galería de arte de Copenhague vi una instalación junto a una serie de pantallas de televisión, cada una con grandes subtítulos en los que se leía: «La tierra prometida». Esta instalación me pareció que estaba muy bien pensada y que era a la vez una invitación a pensar, y ello no menos por la escoba y la hebilla que había en el rincón, al final de la serie. Sin embargo, antes de que tuviera tiempo de meditar sobre ese significado al final de la instalación, una operaria de limpieza vino a recoger sus herramientas, que había dejado en el rincón durante la hora del almuerzo.
ZIGMUNT BAUMAN
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CALLE LA CANCIÓN DEL OLVIDO.
CONTENEDOR DE BASURA
una vasta y destartalada capital, una ciudad con un millón de cubos de basura
GEORGE ORWELL, 1984
1 transistor roto. 14 cáscaras de plátano. 119 mondas de naranja. 3 botes de aerosol. 5 fundas de cereales, con sus correspondientes cajas de cartón. 10 paquetes vacíos de cigarrillos. 7 condones, 3 de ellos manchados de sangre, 1 con un minúsculo agujero en el extremo. 4 latas de sardinas, 2 de espárragos, 3 de mejillones en escabeche, 1 de caviar iraní. 1 plancha vieja. 1 novela de una presentadora de televisión. 4 placas de cocina. 2 alfombrillas de ordenador. 1 disquete vacío. 1 disquete con un libro incompleto de relatos. 2 cajas de cerillas, 34 cerillas sueltas. 1 cuerda con nudo corredizo. 4 platos rotos. 2 vasos rotos. 1 anillo de compromiso. 157 lentejas, 1.546 granos de arroz, 600 garbanzos. 1 taladrador averiado. 1 tubo de pasta de dientes. 57 folios en sucio. 27 periódicos. 45 kilogramos de material orgánico indeterminado. 1 sartén. 1 dedo. 2 revistas pornográficas. 1 dentudara postiza. 3.788 flores secas. 2 tapones de gel. 1 cubierto. 3 mecheros. 780 blísters de ansiolíticos de distintos laboratorios. 56 plásticos de todos los colores, transparencias y tamaños. 1 diario íntimo. 1 par de castañuelas. 1 feto. 1 arnés de escalada. 705 plomillos para escopeta. 10 compresas. 2 cartones de pizza precongelada. 2 casetes descintadas. 1 muestra de orina. 11 pañuelos de papel, 2 secos y 9 húmedos. 2 cartones centrales de papel higiénico. 1 corazón de perro. 1 filtro de cocina. 251 gramos de ceniza y 180 colillas. 2 poesías escolares. 35 facturas. 80 notificaciones de banco. 1 demanda de separación por incompatibilidad de caracteres. 1 informe médico de eyaculación preco. 7 vitolas sacerdotales. 1 piedra de hachís. 453 cartas de amor. 1 ordenador Spectrum. 15 CD-ROM de conexión gratis a internet. 1 porra de policía mordida y unas esposas. 400 manuales de autoayuda. Media tortilla de sacromonte. 78 cáscaras de gamba. 1 listín telefónico. 1 relato para un libro sobre el mundo. 1 chorro de gasolina. 1 cerilla encendida.
CALLE DEL ARENAL
[…] la basura, el grado
cero de la lengua
FABIO MORÁBITO, Lotes baldíos
Allí donde hay diseño, hay residuos
ZYGMUNT BAUMAN, Vidas desperdiciadas
Ahora ven a la basura del día,
examina estos pedazos de realidad
DAVID HUERTA, Versión
–La serie de dibujos llamada La pandilla basura, el Monstruo de Chatarra de la serie infantil Frankenstein Jr., la Montaña Basura en Fraggle Rock, el personaje de La Cosa en el cómic Los cuatro fantásticos, hecho de escombros, los reciclajes de cableado de la Bruja Avería en el programa La bola de cristal, o las andanzas del robot Wall-E intentando limpiar de escombros el planeta Tierra abandonado a su suerte: los niños nacen, desde mediados del pasado siglo, familiarizados con la basura; los monstruos están hechos de residuos y surgen, como Godzilla, de detritus nucleares, pero los monstruos enamoran y –como los dinosaurios– son formas terribles veneradas por los niños. No hay extrañamiento o ansiedad frente a la forma de los deshechos. Está integrada en la mente del niño como una de las formas chulas de la realidad. Es lo que queda después del consumo. Está bien comprar, y tirar luego lo comprado también es correcto, divertido. Mi hijo me trajo el otro día una noticia recortada de El País:
El mayor vertedero del mundo está en el océano Pacífico
Una mancha de basura con un tamaño dos veces el territorio de Estados Unidos se desliza entre la costa de California y Japón
Una gran «sopa de plástico» que flota en el océano Pacífico con un tamaño dos veces el territorio de Estados Unidos es, según los científicos, el mayor vertedero del mundo. La mancha cubre cerca de quinientas millas de la costa de California, rodea Hawái y se extiende hasta casi Japón, según publica The Independent
Para él, esto era «genial». Me preguntó si habría forma de organizar un viaje, de modo que el avión en el que montáramos sobrevolara la Gran Mancha. «¡Papá, es el sexto continente! Y lo ha creado el ser humano.» Me quedé helado escuchándolo. Donde yo veo un mar contaminado, él ve un mar de posibilidades. Donde yo veo la decadencia y el fracaso de la especie, él ve una hazaña, la conquista de un espacio hueco, yermo, inservible. Por otro lado, tiene diez años y ha llegado a la misma conclusión que Zygmunt Bauman: la nueva sociedad, nuestras formas geográficas y zonales, son líquidas, o, al menos, flotantes. Es triste ser superado intelectualmente por tu hijo, antes de que termine la ESO.
LONDRES, CENTRO. RÍO TÁMESIS
Lejos de desfigurar el paisaje, esos productos de deshecho de la industria del siglo veinte poseían una belleza rara y feroz. Halloway estaba fascinado por el tenue brillo de los canales cubiertos de espuma metálica, por la extraña melancolía submarina de los coches sumergidos […], por los brillantes colores de las montañas de basura.
J.G. BALLARD, La ciudad última
PARÍS, CENTRO. RÍO SENA
en esta tierra de escombros todos excavamos como enterradores
WILLIAM T. VOLLMANN, Europa Central
NUEVA YORK. EAST RIVER
Nueva York, donde vimos la basura por primera vez
SIRI HUSVEDT, Leer para ti
Barcazas con enormes cubos
de desperdicios surcan las imágenes
de los enormes cubos del desorden
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO,
«Canción del río Hudson»
DIARIO EL MUNDO. SECCIÓN DE PASATIEMPOS
Quizá por eso depositamos nuestra basura a la intemperie. Alguien la recogerá. |
Canta, oh, poesía, cántate a ti misma. Sé tu propia basura. |
Tu curva humilde, forma silenciosa, le pone un triste anillo a la basura. |
La basura eran restos de comida en dos tachos grandes como barriles de petróleo, de donde salía un olor nauseabundo […] Varios miserables estaban esperando. Los hombres empujaron a las mujeres con crueldad, metieron los brazos adentro de los tachos y retiraron las mejores partes: los restos de pollo, las sobres de bife y de otras carnes semidevoradas. […] A aquella hora, en los fondos de los restaurantes de la ciudad, otros grupos de desplazados recogían los restos de los banquetes que habían sido servidos a los que pueden pagar. |
Revisar los bocetos de cartas y clases que encontraba en su basura se había transformado para mí en un vicio tan escatológico como necesario. |
[…] entonces apareció el camión de la basura y yo pensé que todo estaba bien, que todo estaba en orden, que aquellas horas habían sido perfectas aunque algún día no fuese capaz de recordarlas ni a la mujer que se pegaba a mí y metía una mano en el bolsillo trasero de mi pantalón, parecíamos un matrimonio de vacaciones que contempla el mar y adivina lo que está pensando el otro sin necesidad de hablarse y no me desagradó esa imagen mientras dejábamos atrás el camión de la basura que olía a alimentos caducados y tapias meadas y libros rotos y órganos descompuestos, a lo que en realidad huele la vida |
El camión de la basura recogerá la historia cotidiana de las casas, de todas las casas. |
Si existe algo así como lo que los antropólogos llaman memoria colectiva, la estamos llenando de basura. |
Mis padres […] pudieron generar unas 25.000 bolsas de basura: pongan en un lado los nombres de una pareja y al otro lado las bolsas de basura que han generado: tendrán una satisfactoria impresión de lo que es el amor. |
ENLAZAR ESTAS CITAS CON SUS RESPECTIVOS AUTORES: Ernesto García López, El desvío del otro; J.P. Zooey, Los electrocutados; Abel Murcia, Kilómetro 43; Juan Bonilla, Tanta gente sola; Germán Sierra, El espacio aparentemente perdido; Rubem Fonseca, A grande arte; Rafael Morales, Canción sobre el asfalto; José María Pérez Álvarez, La soledad de las vocales; Antidio Cabal, Campo nublo. |
ESTUDIOS DE ANTENA 3, TELECINCO, TVE, CANAL +, CUATRO, LA SEXTA
Yo miraba por la ventanilla, fijándome en la basura esparcida a lo largo del carril de emergencia. […] me preocupaba porque cada uno de aquellos objetos estaba en el arcén por un motivo, algo había sucedido para que alguien hubiera arrojado una bota infantil por la ventanilla, y tenía la sensación de que pasábamos velozmente ante un relato tras otro y de que todos aquellos relatos eran tristes.
PETER CAMERON,
Algún día este dolor te será útil
El repartidor se tumba en las curvas, todavía inadaptado al desplazamiento del centro de gravedad de la moto: hoy las pizzas familiares pesan demasiado y le cuesta dominar el ciclomotor bajo la lluvia. Madrid se resguarda en esta hora extraña en que ya casi todos están en casa, confortablemente sentados ante el televisor, en ausencia total de preocupaciones y pensamientos. Él, en cambio, reparte la comida para todos esos hogares, una comidao que huele especialmente mal, a través de la lluvia, a través del casco integral, que no deberían dejar pasar el olor, pero este atraviesa cualquier distancia, cualquier impedimento y se clava en el seno mismo de su mente. Está repartiendo comida podrida por todo Madrid y no entiende cómo le pagan por ello. Cada vez que llega a una de esas casas se repite sin error la misma secuencia: la llamada al portero automático, el ascensor vetusto, la puerta de madera, el timbre, las caras de alegría; la comprobación, allí, delante de sus ojos, de que la pizza está podrida, de que es auténtica cochambre y, a pesar de ello, ahí está el rostro de satisfacción y regodeo: cuanto más se parezca a la basura misma, mejor. Pizzas familiares de mierda pura, en todas las casas. Espléndidas propinas. Gente encantada de comer lo mismo. Y un solitario motorista anónimo que, sorteando los coches de los primeros borrachos, duda si es el único cuerdo vivo en esta ciudad alucinada. En su espejo retrovisor, no me dejan terminar sin esta imagen, la lluvia de tantas madrugadas.
CALLE DEL ACUERDO
Toda conciencia produce desperdicio
YOLANDA CASTAÑO, La egoísta
Aquí nomás, como siempre, bateando pura pinchi basura.
JULIÁN HEBERT, Cocaína (Manual de usuario)
Con movimientos terriblemente pausados, ejecutados como a cámara lenta, baja hacia el portal con la bolsa de la basura en la mano. En el descansillo del segundo se detiene, apoya el hombro contra la pared y se toca la cabeza. Justo ahí dentro, entre dos neuronas, se repiten los dos instantes clave de hoy, como cortometrajes emitidos sin solución de continuidad en un circuito cerrado. Toma uno, oficina, interior, día: su jefe, diciéndole que su contrato de seis meses está próximo a terminar y que no requerirán sus servicios una vez acabe. Toma dos, casa de Maxi, interior, tarde: Maxi diciéndole que es culpa suya, qu eno ha hecho lo suficiente, que ha sido díscola y ha llegado tarde demasiadas mañanas por quedarse dormida y que, en cierta forma, se lo merecía. Como si ella lo hubiese buscado, en resumen. Ese corto no ha terminado ahí: ella le ha preguntado a Maxi a cuento de qué viene ese odio, cómo se le ocurría hablarle así, el mismo día en que la echan a la calle, usada como un objeto, explotada durante cinco meses y medio. El silencio de él lo ha delatado. Ella se ha puesto a tirar del hilo y el cortometraje que no deja de ver termina con Maxi dejándole saber que está cansado de ella, y ella preguntándole que si quería cortan con ella y no se lo decía por lástima. Bueno, en realidad la cinta termina con el sí, es exactamente eso, pronunciado por él con la cabeza gacha. El trabajo-basura le ha durado, se dice ahora con una sonrisa helada, más que el novio. El último tramo de escaleras y la salidad de la casa se le hacen cuesta arriba, en vez de cuesta abajo, y la bolsa de basura parece pesar quintales bajo su brazo. Deja atrás un par de coches y se acerca al contenedor. Tira la bolsa dentro, observa una caja de refrescos vacía tirada en la acera y la acerca. El efecto de las pastillas está siendo más rápido de lo que creía, y todo es extraordinariamente lento y difícil. Logra subirse, abre de nuevo la tapa del contenedor hasta que se queda fija. Toma impulso. Se mete dentro. Cae contra las bolsas de desperdicios. Sus párpados se están cerrando. Se incorpora. Al tacto, busca la tapa del contenedor. La cierra muy despacio. Se sienta en el interior, ya casi dormida, Afuera, exterior, noche.
CALLE HUERTAS
Tiró el cepillo de dientes a la papelera y se quedó pensando que la basura es la otra vida de los objetos, su más allá. Fue al dormitorio y se introdujo en el lecho.
Se quedó sin dormir pensando en el más allá, en la vida ultraterrena, como un inmenso basurero de almas amontonadas, inservibles, pudriéndose indefinidamente, devoradas por ratas metafísicas.
PASEO DE EDUARDO DATO
El lápiz y la goma de borrar son más útiles al pensamiento que un equipo de ayudantes
T.W. ADORNO, Minima moralia
Un mendigo se acerca a un contenedor de basura. (Esta historia puede tener la suficiente fuerza para un fragmento.) Es de madrugada, y las luces […] de Madrid se van desleyendo sobre el texto, página en negro, del asfalto. […] Al levantar la tapa corrediza, va removiendo entre la basura, hasta que escucha oye un ruido. Se detiene y mira a su alrededor. (Está borracho, y tiene que agarrarse al borde del contenedor para mantener el equilibrio.) Tran jurar inextricablemente en torno, regresa a la búsqueda. Al apartar una gran madera y algo de ropa usada […] descubre un bebé congestionado de frío que mueve sus ¿pequeñas? manos, y un trozo de pizza endurecido, reposando en un gran cartón de reparto. (Evitar a partir de aquí el tono moralista o sensiblero.) Toma el trozo de pizza en una de las manos, y vuelve a poner la madera encima del niño. Cierra la tapa del contenedor, y se aleja arrastrando un ajado carrito de la compra. […] En el escaso resquicio que le dejan sus delirios piensa que esta noche ha salvado una vida. Las farolas escriben en la calzada signos difusos, ilegibles, que van cubriendo el rocío.
(repensar las palabras subrayadas: metaliterarias, pedantes; trabajar hipograma)
CIRCULAR 22, VICENTE LUIS MORA
¿Pero dónde es que están? Therese nunca ha visto lugares como este en las revistas o en el cine… ¿qué son estos pueblos? Pueblos donde no hay nadie a la vista, donde las ventanas están rotas o recubiertas con cartones y lonas de plástico, por todos lados pueden verse pilas de basura herrumbrada o podrida y, de tanto en tanto, entre los residuos, las pata de alguna silla, o una parte de algún vehículo antiguo, o una muñeca rota y sucia, asomando por entre las ruinas.
La desolación se expande y se expande, como si alguien, por error, hubiera derramado el contenido de un colosal tacho de basura. Y un minúsculo tren se mueve a través de ella, cargando un puntito llamado Therese.
TAJ MAHAL, DEBORAH EINSENBERG
TAJ MAHAL, FEDERICO FALCO
Yo tengo las llaves y cierro las puertas. Señoras recomendadas por el arzobispo o por Inés nos alquilan celdas para guardar sus cachivaches, no tienen ningún valor pero son cositas de las que una no se resuelve a desprenderse y que no caben en las casas tanto más chicas en que una vive ahora. Ellas aparecen de vez en cuando por aquí a buscar alguna cosa, o a pagar meses atrasados, sí, nos hace falta esa plata, hemos llegado a eso, a la necesidad de arrendar las celdas para pagar las cuentas más apremiantes porque el arzobispo manda muy poco dinero. Lo que más manda son camiones con desechos, santos quebrados que no se pueden tirar a la basura porque son objetos de culto y hay que respetarlos, montones de revistas y diarios viejos que van poblando habitaciones y habitaciones con sus noticias de urgencia desvanecida transformadas en alimento de ratones, completando mi biblioteca de enciclopedias truncas, de colecciones empastadas de Zig-zag, Life, La Esfera, de literatura que ya nadie lee, Gyp, Concha Espina, Hoyos y Vinent, Carrere, Villaespesa, camionadas de objetos inconexos, relojes que no funcionan, sacos para retobar quién sabe qué, pedazos de alfombras gastadas, colgaduras, sillones desfondados cualquier cosa, que van llenando piezas y pieza que nunca terminan de llenarse.
[…]
Las llevé al patio donde vivo en el fondo de la casa, que también sirve de cementerio de santos. Las viejas se persignaron al pasar frente a la capilla, cruzamos el patio de los naranjos y nos perdimos en los vericuetos de la sparte de atrás de la casa, en ese revoltijo de patios y pasillos menores que solo yo conozco hasta que llegamos a mi patio.
Al abrirles la puerta y oír sus exclamaciones me di cuenta de que con solo eso, con abrirles la puerta al cementerio de santos rotos, las había conquistado. Avanzaron gritando de alborozo entre san Franciscos decapitados, san Gabrieles Arcángeles sin el dedo alzado, san Antonios de Padua cojos y mancos, vírgenes del Carmen, del Perpetuo Socorro, de Lourdes, con las vestiduras desteñidas y sus distintivos borrados, de niños Jesuses de Praga sin corona ni mano sosteniendo la bola, la elegancia simulada de sus armiños y la falsedad de sus pedrerías de yeso pintado desvaneciéndose al sol y con la lluvia, santos de facciones disueltas, un monstruo abrazando el mundo bajo unos pies que dijo la Brígida que iba a guardar porque eran de la Inmaculada Concepción, guárdamela por ahí, Mudito, a ver si después encontramos los demás y la armamos, ángeles sin alas, santos sin identidad, fraccionados, sin miembros, de todos los tamaños, fragmentos que los años y el clima fueron reduciendo, que las palomas han ido cagando, que los ratones roen, que los pájaros picotean en los ojos o en el ombligo, así, claro, no se pueden tirar a la basura los fragmentos de objetos que han sido de culto, hay que respetarlos, no se los puede confundir en el basurero con los desperdicios de la comida y del aseo, no, hay que traerlos a la casa de Ejercicios Espirituales de la Encarnación de la Chimba, donde todo cabe. La madre Benita me pide que traiga mi carrito, cargo los fragmentos y los arrastro hasta mi patio para que los años y las lluvias terminen con ellos…
[…]
Meica, alcahueta, bruja, comadrona, llorona, confidente, todos los oficios de las viejas, bordadora, tejedora, contadora de cuentos, preservadora de tradiciones y supersticiones, guardadora de cosas inservibles debajo de la cama, de deshechos de sus patrones, dueña de las dolencias, de la oscuridad, del miedo, del dolor, de las confidencias inconfesables, de las soledades y vergüenzas que otros no soportan.
JOSÉ DONOSO, EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE
Dejamos juntos la fiesta y fuioms a sentarnos al borde de la bahía de Baltimore a mirar cómo el sol desparecía tras la refinería de azúcar Domino Sugars y la grasienta agua marina. El sol rojizo parecía rebotar sobre las olas y hacía difícil ver el color real de las aguas marrones, así como también las asquerosidades que flotaban descaradamente en la superficie: latas de cerveza oxidadas, bolsas plásticas, condones usados y algún trozo de mierda.
Era muy romántico.
COOKIE MUELLER, WALKING THROUGH CLEAR WATER IN A POOL PAINTED BLACK
RODRIGO OLAVARRÍA, CAMINAR POR AGUAS CRISTALINAS EN UN PISCINA PINTADA DE NEGRO
Hacía una mañana excepcionalmente buena, y las calles estaban aún comparativamente limpias de esas toneladas de envoltorios ingeniosamente hechos, vistosamente impreso y cientícamente diseñados, envoltorios de cosas también prescindibles, que los nativos dejan caer a su paso adonde quiera que vayan, de modo tan concienzudo como esos astutos espíritus de allá abajo que se dedican a ensuciar el sendero del paraíso.
WILLIAM GADDIS, THE RECOGNITIONS
JUAN ANTONIO SANTOS, LOS RECONOCIMIENTOS
Camino de casa, entre dos contenedores de basura, Antonio reparó en un cuadro abandonado por su dueño, con el cristal roto de un golpe justo en el centro.
–Es un Picasso –le explicó su madre.
El niño siempre quería ir por el lado de la calle Porto Carreiro en el que estaban esos dos contenedores. A menudo se encontraban algo extraño tirado entre uno y otro. Unas veces era un colchón al que se le había quedado la forma de sus dueños de tanto dormir en la misma posición. Otras era un sofá en el que se vertieron cervezas, refrescos, comida, otras era un teléfono viejísimo o una máquina de escribir rota. Aquel era un vecindario extrañísimo. Hacía unos meses se habían encontrado un Monet.
–¿Un Picasso?
–Picasso fue un pintor español, cariño. Y ese cuadro que ves ahí son Las señoritas de Avignon.
Al lado del Picasso había un palo de escoba y un cubo roto de fregona.
Carola le preparó un bocadillo de Nocilla y chorizo y le dejó ver la televisión mientras merendaba. Ella se quedó en la cocina, al otro lado del pasillo. Miró la hora en el reloj de pared y calculó cuánto faltaba para que llegase Amancio. Notó cómo algo se rompía por dentro, algo que no podría volver a juntarse. Se levantó y se alejó de la cocina. Se asomo a la puerta del salón, donde contempló a Antonio con el bocadillo por la mitad, abducido por la pantalla, donde daban Barrio Sésamo. El niño no reparó en la presencia de la madre. Ella lo miró durante varios segundos, como si estuviese muy lejos, y después se fue a su dormitorio. Cerró la puerta por dentro. Había hecho la cama cuando se levantó para preparar la sopa, pero, al verla mejor, le pareció que estaba mal hecha. Las almohadas estaban torcidas. Las arregló hasta dejarlas perfectas. Hizo lo mismo con los cojines. Su mente no soportaba las asimetrías, las líneas imaginarias torcidas. Resuelto ese extremo, abrió la puerta del balcón. Empezaba a anochecer y seguía lloviendo con finura. No pasaba un alma por el descampado al que daba la habitación del matrimonio. Pegó la barriga a la barandilla, pero era demasiado alta. Se subió al macetero de los geranios, intentando no pisotear la pobre planta, e hizo fuerza hacia delante con el tronco, hasta que se le levantaron los pies, como en el balancín del parque. Se precipitó con la vulgaridad de un objeto aparatoso. Después de un silencio veloz y mojado, se oyó un golpe, que se absorbió a sí mismo y que nadie apreció.
Antonio acabó el bocadillo y le pegó un grito a su madre para que le llevase un yogur de fresa.
JUAN TALLÓN, EL MEJOR DEL MUNDO