divertimora con mentoleja
Caperucito vuelve a casa llevando en su cesta bocadillo de abuela
sin sospechar que detrás una sombra gris observa su cogote mientras vuela.
Él corre, canturrea y brinca
a la vez que esa pupila vacía se hinca
en el pozo profundo que hay en el centro de su cerebro
donde se amontonan los cadáveres y las espinas de enebro.
Cuando Caperucito come no es capaz de discernir
la espesura de una castaña del grumo de una cicatriz,
por eso, si de su cuna se levanta con hambre
llena su cesto de manzanas, pechugas de pollo o alambre.
Además de tener una pierna más larga que otra y faltarle un ojo
al nacer sus despistados padres lobo confundiéndole con un matojo
lo abandonaron plácida y profundamente dormido
en la puerta de entrada a la casa del olvido.
Se hizo desde entonces una imagen del mundo algo equivocada
masticando con glotonería cada forma de vida que en su mano se posaba
llegando incluso a casi morir una vez
que untó un kilo de cucarachas con su propia hez.
No ignoréis que la luz irradiada de sus botitas de charol rojas
corresponde a los océanos de sangre salpicados en las hojas
que se caen de los árboles más altos
cuando Caperucito ataca, dando saltos,
contra las imágenes y relaciones de espuma
que en este mundo de fantasía se materializan desde la bruma,
pues él es el carnicero de la alternativa desaprovechada
en este bosque habitado por los espectros del que no piensa en nada.
Decorado oscuro e invertido
de los que al otro lado no reconocen lo divertido
que hay en la humana y universal vocación
de mantener bullicioso el estado de la ficción.
Para aquellos que engullen sin dolo y satisfechos
los soles que en sus cabezas deberían ser techos
como portavoz de Caperucito quisiera pedir
que desabrochen el escudo de miseria y la anomia hagan salir
fuera de las posibilidades y argumentos
de los que puedan brotar nuevas ideas y alimentos.
Permitiendo que se cierre el ojo de mirada bovina
que persigue al que desestima el poder del puchero y la hemoglobina.
Dejemos pues de consumir bandejas plastificadas de Hacendado
sustituyéndolas por el fruto y el placer digestivo de un gran huerto cuidado.
Todos somos como Caperucito, un poco imaginarios y otro poco reales,
por eso los dos –él– os animamos a que tengáis voluntad de pensamientos cabales.
Y si vuestro deseo es cenar cordero este fin de año
por favor, nutrid las condiciones saludables de su carne sin prisa ni engaño.